25/2/12

Soledad madura (III)



Tercera parte:

«No es bueno que el hombre esté solo» (Gn. 2.18)

El eco bíblico del antiguo mito de la creación sigue siendo actual. La mujer y el hombre no estamos hechos para la soledad, pero la soledad nos permite hacernos personas para los demás y con los demás. La distinción entre individuo y persona ilumina nuestra actitud en la soledad: el individuo es singular, la persona es plural. El individuo puede vivir la soledad como una cárcel inevitable y, tal vez, merecida. La persona posee la llave de esa cárcel.

Nuestro ser único, individual, tiene vocación de persona, de ser una encrucijada de encuentros que, incluso en el caso de los más profundos, no pueden evitarnos el sabor de la soledad. Para ser-con-el-otro tenemos que concienciar nuestro propio ser, y esto se realiza desde una soledad habitada y comunicada.

La soledad nos traza el límite de contacto, nuestra frontera personal:

más allá, nos alienamos, no somos nosotros; más acá nos aislamos. Tantear hasta encontrar el límite de contacto supone errores y logros en el manejo de nuestra soledad. Nos pasamos o nos quedamos cortos. Me fusiono con el otro y me pierdo en él, o bien me separo demasiado, con riesgo de perderme en mí mismo, en mi «pequeño yo». Si no establezco las fronteras del yo, permeable, flexible, transitable, no sabré:

  • si mis deseos son míos o ajenos;
  • si mis expectativas son mías o de los otros introyectadas en mí;
  • si mi responsabilidad es verdaderamente mía o de los demás;
  • si mis sentimientos de culpabilidad son ajenos a mí o tengo que lidiar con ellos;
  • si mi palabra (sí o no) es prestada o auténtica, libre o sumisa.

Saber decir yo soy yo y tú eres tú supone haberse quedado a solas para expresarlo desde mi verdad en el dinamismo del encuentro. No se trata de reforzar el individualismo, sino de ser personas auténticas en el encuentro.

Separación y deseo

Somos seres separados y, por lo tanto, perpetuamente deseantes. La soledad inauguró su proceso con nuestro nacimiento. La tarea humana de crecer por dentro y por fuera no se puede realizar sólo con soledad, pero tampoco se puede sin ella.

Este crecimiento hacia el mí mismo y hacia los otros se puede ver interrumpido por el narcisismo y favorecido por el auténtico amor. El narcisista es un solitario rodeado de espejos en los que, complacientemente, se ve sólo a sí mismo. Diríamos que está condenado a la soledad por un apego que Freud calificaría de «erótico a su propia imagen ». No voy a explicar este dinamismo, que puede llegar a ser un trastorno de la personalidad. Es verdad que la soledad tiene algo de espejo, y no está mal mirarse en él para aprender algo de uno mismo. Pero la soledad madura convierte el espejo en ventana por donde puedes contemplar tu paisaje interior y el mundo que te rodea. En determinadas condiciones ópticas, la ventana te devuelve tu imagen, pero no te impide ver otros rostros, otros caminos. En esta misma línea, pienso en las personas que pretenden llenar su soledad con cosas (el yo-ello de Buber, en lugar del yo-tú), cosificando incluso a las personas, y no pasan del «tener» al «ser» (E. Fromm). Siguiendo la imagen del espejo, recuerdo un viejo proverbio árabe: una ventana es un cristal que te permite ver al otro. Basta con darle al cristal un leve baño de plata para convertirlo en un espejo en el que sólo te ves a ti mismo. Frecuentemente, nuestras riquezas acumuladas nos aíslan y no nos permiten ver el rostro sufriente del otro, de los otros.

¿Cómo habitar tu soledad?

A los solitarios «forzosos» les aconsejaría hacer todo lo contrario de lo que aquí voy a ir enumerando:

  • Maldice de la soledad o de las circunstancias que te condujeron a ella sin discernirlas o profundizarlas.
  • Culpabiliza a todo el mundo y ciérrate las puertas que estén todavía entreabiertas.
  • Date mucha pena y aprovecha el tiempo, demasiado tiempo «libre », para descubrir hipocondríacamente alguna que otra enfermedad inédita. Busca a alguien sólo para quejarte.
  • Haz muchas cosas, aunque sean inútiles para distraer tu soledad
  • No te hables, no te lleves bien contigo mismo/a; confórmate con parlotear.
  • Dependiendo de tus circunstancias, edad o situación, ahógala en alcohol, sexo, droga o alguna ludopatía.
  • No te fíes de nadie.

Skinner, el conocido psicólogo, escribió en Harvard un libro para aprender a envejecer, en el que la soledad aparece paliada con útiles consejos conductuales, pero sin demasiada profundización personal. ¿Cómo habitar la soledad más allá de comprarse un animal de compañía (que puede estar bien)?

1. Reconociéndola como oportunidad para vivir desde niveles de tu persona que tareas urgentes, presencias intensas o roles sociales no te lo han permitido fácilmente. Es la paz y serenidad de espíritu de los que «tal vez» la han acogido, no sin trabajo personal, como soledad amiga o «hermana soledad».

2. Asumirla sin miedos ni aislamiento. Con recursos y contactos.

3. Escucharla y escucharte. ¡Pero si en la soledad no hay más que silencio…!

Frecuentemente, en nuestra vida tenemos demasiados ruidos dentro y fuera; el silencio cultivado y acogido puede ser una gran palabra, un elocuente mensaje liberador que nos permitirá experimentar la soledad como fecunda y bendita.

Jose Antonio García-Monge, SJ.

ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

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"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)