18/2/12

Soledad madura (II)


Segunda parte:

El desierto

El desierto, la montaña, el mar han sido y son realidades y metáforas de la soledad. No como huida de lo humano, sino como condiciones de posibilidad de humanización de la mujer, del hombre, de la comunidad. Todos llevamos dentro, y a veces fuera, una llamada del desierto. La podemos escuchar, bien con temor –dependerá de nuestra biografía y nuestro talante personal–, con miedo, bien con motivado interés. El desierto nos dice: «ven a buscarte»; «aquí no hay nada que te distraiga de tu tarea esencial». Nuestra madurez creciente, no exenta de miedos, puede responder: aquí estoy, caminando en la soledad hacia un encuentro.

Soledad y relaciones personales

Cuando, en la década de los cincuenta, Abraham Maslow, uno de los grandes psicólogos del siglo XX, realizaba sus investigaciones sobre la persona autorrealizada, sobre la madurez, señalaba como rasgos distintivos:

  • Capacidad para unas relaciones humanas profundas en escucha, comunicación y autoexpresión.
  • Capacidad para vivir, proteger y cuidar la propia soledad.

Relaciones humanas y soledad no son contrarias ni contradictorias. De la misma manera que hay personas que me habitan por dentro, que soy memoria y deseo, así también existe en nosotros una soledad que nos dimensiona y nos enseña que somos más grandes que nosotros mismos. La soledad no es el destino del hombre, es compañera de camino y sabia consejera en la verdad de nuestras relaciones humanas.

Si, como afirmaba Martin Buber, hemos tenido un yo-tú fundante de nuestra vida personal, la soledad, sin distracciones, nos permitirá reencontrarlo, dialogarnos en él y escucharlo en el silencio. Nuestra soledad ahondará en el yo-tú más que arrojarnos en un yo solitariamente vacío y cosificado.

Adiós y hola

La soledad madura es una invitación al encuentro consigo mismo y con los demás. No pensamos aquí en pseudo-encuentros que distraen, alienan, enmascaran o maquillan la soledad. El hombre y la mujer que saben escuchar y escucharse en la experiencia de soledad podrán encontrarse y encontrar a otros. La persona que sabe estar sola es la que tiene más posibilidades de saber experiencialmente estar con los otros. Pero esa soledad madurante no es fácil, porque está hecha de saber decir «adiós» a montones de experiencias que ocupan lugar sin dar vida. Aprender a hacer un hueco, crear un pequeño vacío, es hacer sitio al otro, tener y ser espacio para el otro. Y decir «adiós» a apegos, miedos y anclajes en el pasado es a veces muy difícil e impide decir «hola » a cuanto signifique estrenar realidad, intercambiar, cambiar por dentro siendo fieles a lo mejor y más sano de nosotros mismos y a la verdad del otro. La soledad no nos madura; maduramos en la soledad si la vivimos como una dimensión de nuestra existencia abierta a un horizonte más amplio, visible a los ojos, transcendido por el corazón y el deseo.

Frecuentemente repetimos en la experiencia de soledad patrones infantiles de conducta:

  • Sentimiento de abandono
  • Sensación de indefensión al no confiar en nuestros propios recursos
  • Agresividad y rabia contra el entorno indiferente a nuestra soledad.

La seguridad básica que hemos necesitado experimentar en nuestra infancia para crecer sanamente nos proporciona una sólida confianza a la hora de manejar la soledad. Si carecemos de esa seguridad básica, la soledad se hará insoportable e inhóspita.

El Fort-Da, juego que Freud interpretó en su pequeño nieto ante los momentos de ausencia de la madre, nos da una remota y arqueológica clave para manejar la soledad. El pequeño, arrojando y escondiendo un objeto, lo reencontraba con alegría y repetía la conducta una y otra vez. El universo del niño es la madre. Ésta desaparece (¡se fue!:

Fort!) y reaparece (¡aquí está!: Da!), poniendo arcaicamente las bases de una soledad esperanzada Toda soledad madurante es una soledad esperanzada, no con falsas ilusiones, sino con búsquedas y, en ocasiones, peticiones de ayuda, motivadas y acarreadas por el deseo, que en la soledad se purifica, se hace más profundo e intenso.

Patrones maduros de conducta en la soledad pasarían por el aprendizaje de:

  • Saber estar solos
  • Saber acompañarse: habitar la soledad
  • Saber explorarse y crecer
  • Saber encontrarse y trascenderse
Jose Antonio García-Monge, SJ.

ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

CURSOS INTERESANTES

ESPECIAL EUCARISTÍA (novedades!)

En esta sección iremos poniendo algunos documentos sobre la Eucaristía que nos pueden ayudar a vivirla con más profundidad.
Pincha aquí

"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)