27/11/09

Adviento 2010

Os ofrecemos algunos materiales que nos pueden ayudar a vivir más conscientemente este tiempo de Adviento.

Materiales Adviento




ANUNCIO DE ADVIENTO


Os anuncio que comienza el Adviento.

Alzad la vista, restregaos los ojos, otead el horizonte.

Daos cuenta del momento. Aguzad el oído.

Captad los gritos y susurros, el viento, la vida...

Empezamos el Adviento,

y una vez más renace la esperanza en el horizonte.

Al fondo, clareando ya, la Navidad.

Una Navidad sosegada, íntima, pacífica,

fraternal, solidaria, encarnada,

también superficial, desgarrada, violenta...;

mas siempre esposada con la esperanza.

Es Adviento esa niña esperanza

que todos llevamos, sin saber cómo, en las entrañas;

una llama temblorosa, imposible de apagar,

que atraviesa el espesor de los tiempos;

un camino de solidaridad bien recorrido;

la alegría contenida en cada trayecto;

unas huellas que no engañan;

una gestación llena de vida;

anuncio contenido de buena nueva;

una ternura que se desborda...

Estad alerta y escuchad.

Lleno de esperanza grita Isaías:

"Caminemos a la luz del Señor".

Con esperanza pregona Juan Bautista:

"Convertíos, porque ya llega el reino de Dios".

Con la esperanza de todos los pobres de Israel,

de todos los pobres del mundo,

susurra María su palabra de acogida:

"Hágase en mí según tu palabra".

Alegraos, saltad de júbilo.

Poneos vuestro mejor traje.

Perfumaos con perfumes caros. ¡Que se note!

Viene Dios. Avivad alegría, paz y esperanza.

Preparad el camino. Ya llega nuestro Salvador.

Viene Dios... y está a la puerta.

¡Despertad a la vida!

(Ulibarri, FI)




26/11/09

ENCUENTRO DE SUPERIORAS (Europa)


Falta muy poco para el Encuentro de Superioras de Europa!!!
Contamos con vuestras oraciones y os dejamos el programa de esos días. Programa

25/11/09

Dios que has de venir...


"Mira, otra vez es el adviento en el año de tu Iglesia, Dios mío. Otra vez rezamos las oraciones de la expectación y de la constancia, los cantos de la esperanza y de la promesa. Y otra vez toda miseria y toda expectación y todo aguardar lleno de fe se aglomeran en la palabra: ¡ven!

Extraña oración: ya has venido, pusiste tu tienda de campaña entre nosotros, has participado de nuestra vida con sus pequeñas alegrías, con su larga rutina y su amargo fin. ¿Podíamos invitarte con nuestro “ven” a algo más que esto? Penetraste tanto en nuestra vulgaridad, que ya casi no te podemos distinguir de los demás hombres. Dios, que te llamaste hijo del hombre ¿podías acercarte más a nosotros mediante tu venida? Y sin embargo, oramos: ven. Y esta palabra nos sale del corazón como en otro tiempo a los patriarcas, reyes y profetas que veían tu día solamente desde lejos y lo bendecían..." (K. Rahner) Texto completo

23/11/09

El festín de la amistad


Cristo, que dijo a sus discípulos “Vosotros no me habéis elegido a Mí, sino que yo os elegí a vosotros”, puede realmente decir a cada grupo de amigos cristianos: “Vosotros no os habéis elegido unos a otros, sino que Yo os he elegido a unos para otros”. La amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás, que no son mayores que las bellezas de miles de otros hombres; por medio de la amistad Dios nos abre los ojos ante ellas.

Como todas las bellezas, éstas proceden de Él, y luego, en una buena amistad, las acrecienta por medio de la amistad misma, de modo que éste es su instrumento tanto para crear una amistad como para hacer que se manifieste.

En este festín es Él quien ha preparado la mesa y elegido a los invitados. Es Él, nos atrevemos a esperar, quien a veces preside, y siempre tendría que poder hacerlo. No somos nada sin nuestro Huésped.

No se trata de participar en el festín siempre de una manera solemne. “Dios, que hizo la saludable risa”, lo prohíbe. Una de las más exquisitas y difíciles sutilezas de la vida es reconocer profundamente que ciertas cosas son serias y, con todo, conservar el poder y la voluntad de tratarlas a menudo de manera ligera, como en un juego.

(C. S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid 200510, 101-102.)

21/11/09

¿Qué ofrecer ante tal Rey...?

El heraldo del rey

Entre todos los que servían en el ejército del Rey, ninguno se señalaba tanto en el servicio de su Señor como aquel caballero que había sido capitán en los Tercios de Flandes. Desde el punto y hora en que decidió abandonar los vanos honores mundanos para militar bajo la bandera de su Rey, hizo de su vida «oblación de mayor estima y momento», y nadie podía aventajarle ya en generosidad y en valentía. Sobrellevaba la austera disciplina de la nueva milicia con grande ánimo y liberalidad, y siempre se mostraba esforzado y dispuesto a acudir a los servicios más duros y a los puestos más arriesgados.
El Rey decidió nombrarle heraldo real y le confió el reclutamiento de nuevos soldados. El capitán que había ve­nido de Flandes se sintió muy orgulloso de aquel privilegio tan grande, del que no se sentía digno.


Marchó por ciudades y aldeas, y en cada una de ellas pregonaba el mensaje de su Rey: «Es mi voluntad de con­quistar el mundo entero y vencer a todos los enemigos...» Cuando acababa la lectura, el heraldo seguía hablando y exhortando a cuantos quisieran escucharle a alistarse en el servicio de tan alta causa. No ofrecía una vida fácil ni ocultaba las asperezas que les aguardaban ni los trabajos y fatigas que habrían de soportar. Pero el Rey se lo merecía todo, y era tanto el ardor y convicción que ponía el heraldo en sus pa­labras que muchos jóvenes, nobles o villanos, lo dejaban todo e iban a ponerse bajo la bandera de aquel Rey tan magnánimo.


El camino de regreso al campamento era largo y, al ano­checer del primer día de marcha, entraron a dormir en una posada. Algunos de los recién alistados bebieron más de la cuenta, y el heraldo los despidió encolerizado: no eran dignos de estar al servicio de su Señor. Durante el segundo día de camino, algunos manifestaron cansancio y se detuvieron a beber en una fuente. «Sólo los fuertes pueden servir a mi Rey», dijo el heraldo; y les ordenó que regresasen a sus casas. Durante la cena de aquella noche, otros se pusieron a discutir acerca de quién de ellos debía sentarse a la derecha de su nuevo jefe, y tampoco a éstos les permitió seguir en su com­pañía: no habían sabido dejar atrás la ambición de honores y dignidades.

Pasaron la noche en las ruinas de una fortaleza abando­nada, y el heraldo determinó quiénes debían quedarse de guardia con él. A los que se dejaron vencer por el sueño los despidió a la mañana siguiente: al Rey había que serle fiel también en la vigilia.


Cuando reemprendieron la marcha, quedaban ya muy po­cos, y el heraldo iba muy desconsolado.
Les atacó una cua­drilla de bandidos, y los jóvenes que quedaban salieron hu­yendo; el heraldo, al verse solo, huyó también, abandonando el estandarte.


Regresó al campamento malherido, derrotado y solo. Lle­no de confusión y vergüenza, refirió al Rey el fracaso de su misión y le suplicó que en adelante le tuviera por perverso caballero y le retirase su cargo de heraldo, ya que no había sabido encontrar jóvenes capaces de comprometerse digna­mente en el servicio de su Reino, y ni siquiera él mismo había tenido el valor de defender hasta la muerte su bandera.


El Rey le escuchó en silencio y ordenó después que le curasen sus heridas y que, cuando estuviera restablecido, le dieran el oficio de centinela. En cuanto pudo tenerse en pie, el antiguo capitán venido de Flandes se incorporó a su nuevo servicio. Tanta era su ansia por reparar su anterior cobardía que no esperó siquiera a ver cicatrizadas del todo sus heridas.

Durante las largas horas de vigilia de su primera noche de guardia, se lamentaba largamente de que el Rey no pudiera contar con un heraldo de conducta intachable ni con unos soldados de ánimo esforzado.


En la tercera vigilia de la noche, oyó pasos a su lado.
Ya iba a dar el alto cuando se dio cuenta, con asombro, de que era el Rey mismo quien se había acercado hasta su puesto de guardia. Hincó la rodilla en tierra, pero el Rey le puso las manos sobre sus hombros y le hizo levantarse. Luego, en la oscuridad de la noche, como un amigo que habla a su amigo, le confió su propia historia: también él, cuando había llamado por primera vez a los suyos, había creído que se trataba de esos compañeros que permanecen fieles en las tribulaciones, de los que no se duermen cuando los necesitas ni te abandonan cuando llega el peligro, de los que nunca reniegan de haberte conocido. Luego resultó que no eran así, pero él ya no podía evitar quererlos, ya no era capaz de volverse atrás de su palabra dada, ya no podía dejar de contar con ellos. Se había acostumbrado a quererlos así, tan frágiles, tan vacilantes, tan cobardes... Así que decidió seguir con­fiando en ellos y se arriesgó a dejar en sus manos la tarea de conquistar el mundo y extender su Reino. «y al final no me defraudaron», dijo con ternura mezclada de orgullo. «Pero hay que saber confiar, hay que saber esperar...» Las palabras del Rey iban cayendo mansamente, como el rocío de la noche, en el corazón del centinela. Antes de marcharse, el Rey le entregó un mensaje sellado: «Léelo cuando amanezca», le dijo. Al llegar la madrugada, el centinela desenrolló el per­gamino y, al leerlo, sintió que le temblaban las manos y se le humedecían los ojos: el Rey le reponía en su cargo heraldo y le enviaba de nuevo a llamar a todos cuantos qui­sieran alistarse a su servicio. «Es mi voluntad de conquistar todo el mundo y vencer a todos los enemigos...» Eran las mismas palabras, pero el heraldo ya no era el mismo. Enrolló de nuevo el pergamino y esperó a que llegara el relevo de la guardia. Cuando se puso en camino, en el cielo se apagaban las últimas estrellas.

20/11/09

Escuchar la amistad...



Seguimos hablando de amistad...
Aunque en esta ocasión, más que hablar o refl
exionar sobre la amistad, os proponemos simplemente "escucharla". Se trata de un poema escrito por M. Alberta al poco tiempo de la muerte de su gran colaborador y amigo Tomás Rullán. A través de la poesía, M. Alberta manifiesta el desgarro que le ha supuesto la pérdida de una persona tan querida. La intensidad del dolor no opaca, sin embargo, el poso de gratitud que esa amistad ha dejado en ella y que le permite ahora calmar su sed en la Fuente de todo consuelo.

Cuando pérdida reciente

de persona a quien se amara,

¡recuerdo triste!, acibara

del corazón el pesar.

Cuando este fatal recuerdo

a otros y otros se encadena,

el alma en llanto se enajena

sin poderla consolar.

No cabe en el corazón

ni aun la sombra de ventura...

pero un mundo de ternura

y de dulce gratitud

guarda el pecho generoso

en medio de la aflicción

y late con viva emoción

inspirada en la virtud.

Y da tregua a su quebranto,

y se aminora su duelo

y halla a su dolor consuelo

y libre se cree de mal.

Cuando tras larga jornada,

abrumado de fatiga,

su sed ardiente mitiga

de la fuente en el cristal.

(Alberta Giménez)


ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

CURSOS INTERESANTES

ESPECIAL EUCARISTÍA (novedades!)

En esta sección iremos poniendo algunos documentos sobre la Eucaristía que nos pueden ayudar a vivirla con más profundidad.
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"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)