28/5/12

Efecto mariposa

El poder positivo del efecto mariposa implica que cada uno es responsable del bienestar de todos, que la bondad individual repercute en los demás. Somos partes de un todo y en nosotros la incertidumbre y la duda también están presentes. El “poder”, por el hecho de vivir en “sistemas abiertos”, radica en que estemos atentos a lo que sucede, que descubramos el momento feliz de intervenir, la pequeña causa que provocará un efecto mayor.
         Con frecuencia, al pretender cambiar, o incluso mejorar, generamos ansiedad y forzamos el equilibrio creador, pudiendo provocar a veces un desastre mayor. No nos enfrentemos a la presión del poder con otro poder, no nos confrontemos con la confrontación, sino con un espíritu capaz de comprometer nuestra creatividad en cada momento. Así ejerceremos la sutil influencia, aunque quizá no veamos siempre sus resultados, ni sepamos cómo hemos contribuido al cuidado y la mejora del conjunto del planeta.
         Lo que parece imposible se hace posible por medio de pequeños gestos: reconocer un fallo, sonreír ante una ofensa, devolver bien por mal, etc. Son gestos evangélicos que nos animan a una resistencia activa frente al mal, pero no oponiéndonos, sino intentando desarmar al adversario y lograr la reconciliación.
Lo más importante ahora y siempre es ser auténticos, verdaderos en sí mismos y ejercitar los valores de la comprensión, el respeto y la compasión. Cultivar un corazón solidario para aprender a perdonar, acoger y aceptar al otro en su alteridad, para mantener habitable el mundo, un hogar para todos sin excepción. (Xavier Quinzá, SJ)

23/5/12

Siempre llamas...

 

... Con cariño cada día que amanece. 
Con susurros en el silencio de la noche. 
Con ternura cuando el cansancio nos vence. 
A gritos en el ruido del mundo. 
Con constancia cuando nos equivocamos de camino siempre llamas. 
Desde el dolor de los que sufren sin consuelo. 
Desde la alegría de los que cantan a la vida. 
Desde el amor de los que atienden al prójimo. 
Desde la pasión de los que se olvidan de sí mismos. Siempre llamas.
(Gabino Ulibarri, sj)


29/4/12

Jornada por lasVocaciones


Queridos hermanos y hermanas

La XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 29 de abril de 2012, cuarto domingo de Pascua, nos invita a reflexionar sobre el tema: Las vocaciones don de la caridad de Dios.
La fuente de todo don perfecto es Dios Amor -Deus caritas est-: «quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). La Sagrada Escritura narra la historia de este vínculo originario entre Dios y la humanidad, que precede a la misma creación. San Pablo, escribiendo a los cristianos de la ciudad de Éfeso, eleva un himno de gratitud y alabanza al Padre, el cual con infinita benevolencia dispone a lo largo de los siglos la realización de su plan universal de salvación, que es un designio de amor. En el Hijo Jesús –afirma el Apóstol– «nos eligió antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4).Somos amados por Dios incluso “antes” de venir a la existencia. Movido exclusivamente por su amor incondicional, él nos “creó de la nada” (cf. 2M 7,28) para llevarnos a la plena comunión con Él.
Lleno de gran estupor ante la obra de la providencia de Dios, el Salmista exclama: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que te cuides de él?» (Sal 8,4-5).La verdad profunda de nuestra existencia está, pues, encerrada en ese sorprendente misterio: toda criatura, en particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno (cf. Jr 31,3). El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo. En una célebre página de las Confesiones, san Agustín expresa con gran intensidad su descubrimiento de Dios, suma belleza y amor, un Dios que había estado siempre cerca de él, y al que al final le abrió la mente y el corazón para ser transformado: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti» (X, 27,38). Con estas imágenes, el Santo de Hipona intentaba describir el misterio inefable del encuentro con Dios, con su amor que transforma toda la existencia.
Se trata de un amor sin reservas que nos precede, nos sostiene y nos llama durante el camino de la vida y tiene su raíz en la absoluta gratuidad de Dios. Refiriéndose en concreto al ministerio sacerdotal, mi predecesor, el beato Juan Pablo II, afirmaba que «todo gesto ministerial, a la vez que lleva a amar y servir a la Iglesia, ayuda a madurar cada vez más en el amor y en el servicio a Jesucristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia; en un amor que se configura siempre como respuesta al amor precedente, libre y gratuito, de Dios en Cristo» (Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 25). En efecto, toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien dael “primer paso” y no como consecuencia de una bondad particular que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu» (Rm 5,5).
En todo momento, en el origen de la llamada divina está la iniciativa del amor infinito de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Como escribí en mi primera encíclica Deus caritas est, «de hecho, Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente. El Señor tampoco ha estado ausente en la historia sucesiva de la Iglesia: siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra, en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía» (n. 17).
El amor de Dios permanece para siempre, es fiel a sí mismo, a la «palabra dada por mil generaciones» (Sal 105,8). Es preciso por tanto volver a anunciar, especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor divino, que precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que nunca falla, ni siquiera en las circunstancias más difíciles.
Queridos hermanos y hermanas, tenemos que abrir nuestra vida a este amor; cada día Jesucristo nos llama a la perfección del amor del Padre (cf. Mt 5,48). La grandeza de la vida cristiana consiste en efecto en amar “como” lo hace Dios; se trata de un amor que se manifiesta en el don total de sí mismo fiel y fecundo. San Juan de la Cruz, respondiendo a la priora del monasterio de Segovia, apenada por la dramática situación de suspensión en la que se encontraba el santo en aquellos años, la invita a actuar de acuerdo con Dios: «No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor» (Epistolario, 26).
En este terreno oblativo, en la apertura al amor de Dios y como fruto de este amor, nacen y crecen todas las vocaciones. Y bebiendo de este manantial mediante la oración, con el trato frecuente con la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, será posible vivir el amor al prójimo en el que se aprende a descubrir el rostro de Cristo Señor (cf. Mt 25,31-46). Para expresar el vínculo indisoluble que media entre estos “dos amores” –el amor a Dios y el amor al prójimo– que brotan de la misma fuente divina y a ella se orientan, el Papa san Gregorio Magno se sirve del ejemplo de la planta pequeña: «En el terreno de nuestro corazón, [Dios] ha plantado primero la raíz del amor a él y luego se ha desarrollado, como copa, el amor fraterno» (Moralium Libri, sive expositio in Librum B. Job, Lib. VII, cap. 24, 28; PL 75, 780D).
Estas dos expresiones del único amor divino han de ser vividas con especial intensidad y pureza de corazón por quienes se han decidido a emprender un camino de discernimiento vocacional en el ministerio sacerdotal y la vida consagrada; constituyen su elemento determinante. En efecto, el amor a Dios, del que los presbíteros y los religiosos se convierten en imágenes visibles –aunque siempre imperfectas– es la motivación de la respuesta a la llamada de especial consagración al Señor a través de la ordenación presbiteral o la profesión de los consejos evangélicos. La fuerza de la respuesta de san Pedro al divino Maestro: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15), es el secreto de una existencia entregada y vivida en plenitud y, por esto, llena de profunda alegría.
La otra expresión concreta del amor, el amor al prójimo, sobre todo hacia los más necesitados y los que sufren, es el impulso decisivo que hace del sacerdote y de la persona consagrada alguien que suscita comunión entre la gente y un sembrador de esperanza. La relación de los consagrados, especialmente del sacerdote, con la comunidad cristiana es vital y llega a ser parte fundamental de su horizonte afectivo. A este respecto, al Santo Cura de Ars le gustaba repetir: «El sacerdote no es sacerdote para sí mismo; lo es para vosotros»(Le curé d’Ars. Sa pensée – Son cœur, Foi Vivante, 1966, p. 100).
Queridos Hermanos en el episcopado, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, catequistas, agentes de pastoral y todos los que os dedicáis a la educación de las nuevas generaciones, os exhorto con viva solicitud a prestar atención a todos los que en las comunidades parroquiales, las asociaciones y los movimientos advierten la manifestación de los signos de una llamada al sacerdocio o a una especial consagración. Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos “sí”, en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios.
Será tarea de la pastoral vocacional ofrecer puntos de orientación para un camino fructífero. Un elemento central debe ser el amor a la Palabra de Dios, a través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero, sobre todo, que la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde aprendemos una y otra vez a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino.
Deseo que las Iglesias locales, en todos sus estamentos, sean un “lugar” de discernimiento atento y de profunda verificación vocacional, ofreciendo a los jóvenes un sabio y vigoroso acompañamiento espiritual. De esta manera, la comunidad cristiana se convierte ella misma en manifestación de la caridad de Dios que custodia en sí toda llamada. Esa dinámica, que responde a las instancias del mandamiento nuevo de Jesús, se puede llevar a cabo de manera elocuente y singular en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del amor de Cristo que se entregó a sí mismo por su Iglesia (cf. Ef 5,32).En las familias, «comunidad de vida y de amor» (Gaudium et spes, 48), las nuevas generaciones pueden tener una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no sólo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden convertirse en «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios» (Exhort. ap. Familiaris consortio,53), haciendo descubrir, precisamente en el seno del hogar, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada. Los pastores y todos los fieles laicos han de colaborar siempre para que en la Iglesia se multipliquen esas «casas y escuelas de comunión» siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, reflejo armonioso en la tierra de la vida de la Santísima Trinidad.
Con estos deseos, imparto de corazón la Bendición Apostólica a vosotros, Venerables Hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos, en particular a los jóvenes que con corazón dócil se ponen a la escucha de la voz de Dios, dispuestos a acogerla con adhesión generosa y fiel.


Vaticano, 18 de octubre de 2011
BENEDICTO XVI

8/4/12

Creer en el Resucitado


Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la Humanidad y en la creación entera.

Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimientos, queden olvidados para siempre.

Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: "Entra para siempre en el gozo de tu Señor".

Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un "Dios oculto" del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.

Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el Reino.

Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.

Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las "huellas" que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.

Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: "Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida". Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas porque todo eso habrá pasado.

José Antonio Pagola

8 de abril 2012
Domingo de Resurrección (B)

7/4/12

¡Ha resucitado!


"Hoy, reproponiendo el grito de la Pascua, la Iglesia dirige al mundo un anuncio de esperanza. Todo hombre, toda mujer de esta tierra puede ver al Resucitado, si acepta buscarlo y dejarse buscar. El evangelista Juan nos hace saber que la primera persona en descubrir los signos del Resucitado es una mujer llena de sensibilidad, de afecto, de ternura. Sin embargo, Jesús se revela también a grupos de personas, incluso a quinientos hermanos a la vez; es decir, a gentes de distintos temperamentos, de distintos caminos, gente en situaciones morales diferentes. El Crucificado resucitado, Hijo Único del Padre, dona la Resurrección a toda esta masa humana, a los hermanos y a las hermansa de todo tiempo y de toda raza. La Resurrección marca, pues, el paso mediante el cual revisamos nuestro modo estrecho de concebir a Dios, nos convertimos de la tristeza y de la mezquindad a una visión amplia del universo, abierta a la eternidad (...).
Hoy no hay cabida en nosotros para la desconfianza, la tristeza, el desánimo, sino para la disponibilidad a dar espacio a aquella esperanza increíble, pero auténtica que nace de la Resurrección de Jesús, del mensaje de que Dios es Padre, que da la vida a todos nosotros sus hijos y de que nadie está excluido de ese don extraordinario".

(Carlo M. Martini, Las Narraciones de la Pasión, 180-181)

Sábado Santo

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos fijos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.


6/4/12

Maria di Nazaret

Está en italiano, pero muchas lo podréis entender:

3/4/12

Hacia la Pascua en comunidad...



“Muchas han sido las comunidades cristianas que han fracasado por haber vivido con una imagen quimérica de comunidad. Es lógico que el cristiano, cuando entra en la comunidad, lleve consigo un ideal de lo que ésta debe ser, y que trate de realizarlo. Sin embargo, la gracia de Dios destruye constantemente esta clase de sueños. Decepcionados por los demás y por nosotros mismos, Dios nos va llevando al conocimiento de la auténtica comunidad cristiana. En su gracia, no permite que vivamos ni siquiera unas semanas en la comunidad de nuestros sueños, en esa atmósfera de experiencias embriagadoras y de exaltación piadosa que nos arrebata. Porque Dios no es un dios de emociones sentimentales, sino el Dios de la realidad”.

Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad, Ed. Sígueme, 2003.

26/3/12

Reconocer la voz de Dios


Estamos rodeados por muchas voces. Rara vez hay un momento en nuestra vida, durante el día, en el que alguien o algo no nos esté llamando, y en el que, aun en las horas de sueño, los sueños y pesadillas no llamen nuestra atención. Y cada voz tiene su propia cadencia y su propio mensaje particular. Algunas voces nos invitan a entrar, prometiéndonos vida si hacemos esto o aquello, o si compramos un cierto producto o una cierta idea; otras voces nos amenazan. Algunas voces nos hacen señales para quedar atrapados en el odio, la amargura y la ira, mientras que otras nos retan hacia el amor, la misericordia y el perdón. Algunas voces nos dicen que son juguetonas y divertidas, que no deben tomarse en serio, mientras otras anuncian a bombo y platillo que son urgentes e importantes, la voz de la verdad no-negociable, la voz de Dios.

En medio de todas estas voces: ¿Cuál es la voz de Dios? ¿Cómo reconocemos la voz de Dios entre y dentro de estas voces?

La pregunta no tiene fácil respuesta. Dios, como nos dice la Escritura, es el autor de todo lo bueno, lleve o no una etiqueta religiosa. De ahí que la voz de Dios se encuentre en muchas cosas que no están explícitamente conectadas con la fe y la religión, así como, por el contrario, la voz de Dios no se encuentre en todo lo que se hace pasar por religioso. Pero, ¿cómo discernimos esto?

Jesús nos ofrece una metáfora maravillosa con la que podemos actuar; pero es precisamente sólo una metáfora: Nos dice que él es el “Buen Pastor” y que sus ovejas reconocerán su voz entre otras muchas voces. Al compartir esta metáfora, Jesús está describiendo una práctica común entre los pastores de aquel tiempo: Por la noche, para asegurar protección y compañerismo, los pastores juntaban sus rebaños en un cercado o aprisco común. Entonces, por la mañana, separaban las ovejas valiéndose de su voz. Cada pastor tenía entrenadas a sus propias ovejas para aprender a reconocer su voz y sólo su voz. El pastor se alejaba un poco del aprisco llamando a sus ovejas, con frecuencia llamándolas por su nombre individual, y ellas le seguían. Sus ovejas estaban tan en sintonía con la voz de su pastor que no seguían la de otro, aun cuando a veces otro pastor intentara engañarlas imitando la voz de su propio pastor (los pastores con frecuencia hacían eso para intentar robar las ovejas del otro). Como un niño que, en un cierto momento, no se deja mimar por la voz de una niñera, sino que quiere y necesita la voz de su madre, así cada oveja reconocía íntimamente la voz de quien les guardaba; y no seguían la voz de otro.

Así pasa también con nosotros: en medio de todas las voces que nos rodean y nos hacen guiños, ¿cómo discernimos la cadencia única de la voz de Dios? ¿Cuál es la voz del Buen Pastor?

No tenemos fácil respuesta y a veces lo mejor que podemos hacer es fiarnos de nuestro propio instinto sobre lo bueno y lo malo. Pero tenemos una serie de principios que nos pueden ayudar, y que proceden de Jesús, de la Escritura y de los pozos profundos de nuestra tradición cristiana.

Lo que sigue a continuación es una serie de principios que nos ayuden a discernir la voz de Dios entre las muchas voces que nos hacen guiños para llamar nuestra atención. ¿Cuál es la cadencia única de la voz del Buen Pastor?

Se reconoce la voz de Dios en los susurros y en los tonos suaves, mientras es reconocida también en el trueno y en la tormenta.
Se reconoce la voz de Dios dondequiera se observe vida, alegría, salud, color y humor, mientras se la reconoce también dondequiera uno percibe muerte, sufrimiento, forzada pobreza y espíritu derrotado.
Se reconoce la voz de Dios en lo que nos llama a lo más elevado, nos sitúa aparte y nos invita a la santidad, mientras se la reconoce también en todo lo que nos llama a la humildad, a la inmersión en la humanidad y en lo que rechaza denigrar a nuestra humanidad.
Se reconoce la voz de Dios en lo que aparece en nuestras vidas como “extranjero”, como otro, como “extraño”, mientras se la reconoce en la voz que nos hace señas para entrar en nuestro hogar.
La voz de Dios es la que más nos reta y nos exige, mientras, en última instancia, es la única voz que nos tranquiliza y nos consuela.
La voz de Dios entra en nuestras vidas con el mayor de los poderes, mientras permanece siempre en vulnerabilidad, como un niño indefenso en el pesebre.
La voz de Dios se oye siempre de modo privilegiado en los pobres, mientras nos hace señales a través de la voz del intelectual y del artista.
La voz de Dios nos invita siempre a vivir por encima de todo miedo, mientras nos inspira un santo temor.
La voz de Dios se oye en los dones del Espíritu Santo, mientras nos invita a no negar nunca las complejidades de nuestro mundo y de nuestras propias vidas.
La voz de Dios se oye siempre allí donde haya auténtico placer y gratitud, mientras nos pide negarnos y morir a nosotros mismos y relativizar con libertad todo lo de este mundo.

La voz de Dios –eso parece– se encuentra siempre en la paradoja.

Ron Rolheiser (Traducción Carmelo Astiz) - Lunes 26 de Marzo del 2012
Fuente: http://www.ciudadredonda.org/articulo/buscando-a-dios-entre-muchas-voces

27/2/12

Dios no duerme en el Congo


Vale la pena ver este reportaje de los religiosos de los Sagrados Corazones en el Congo: Pincha aquí


25/2/12

Soledad madura (III)



Tercera parte:

«No es bueno que el hombre esté solo» (Gn. 2.18)

El eco bíblico del antiguo mito de la creación sigue siendo actual. La mujer y el hombre no estamos hechos para la soledad, pero la soledad nos permite hacernos personas para los demás y con los demás. La distinción entre individuo y persona ilumina nuestra actitud en la soledad: el individuo es singular, la persona es plural. El individuo puede vivir la soledad como una cárcel inevitable y, tal vez, merecida. La persona posee la llave de esa cárcel.

Nuestro ser único, individual, tiene vocación de persona, de ser una encrucijada de encuentros que, incluso en el caso de los más profundos, no pueden evitarnos el sabor de la soledad. Para ser-con-el-otro tenemos que concienciar nuestro propio ser, y esto se realiza desde una soledad habitada y comunicada.

La soledad nos traza el límite de contacto, nuestra frontera personal:

más allá, nos alienamos, no somos nosotros; más acá nos aislamos. Tantear hasta encontrar el límite de contacto supone errores y logros en el manejo de nuestra soledad. Nos pasamos o nos quedamos cortos. Me fusiono con el otro y me pierdo en él, o bien me separo demasiado, con riesgo de perderme en mí mismo, en mi «pequeño yo». Si no establezco las fronteras del yo, permeable, flexible, transitable, no sabré:

  • si mis deseos son míos o ajenos;
  • si mis expectativas son mías o de los otros introyectadas en mí;
  • si mi responsabilidad es verdaderamente mía o de los demás;
  • si mis sentimientos de culpabilidad son ajenos a mí o tengo que lidiar con ellos;
  • si mi palabra (sí o no) es prestada o auténtica, libre o sumisa.

Saber decir yo soy yo y tú eres tú supone haberse quedado a solas para expresarlo desde mi verdad en el dinamismo del encuentro. No se trata de reforzar el individualismo, sino de ser personas auténticas en el encuentro.

Separación y deseo

Somos seres separados y, por lo tanto, perpetuamente deseantes. La soledad inauguró su proceso con nuestro nacimiento. La tarea humana de crecer por dentro y por fuera no se puede realizar sólo con soledad, pero tampoco se puede sin ella.

Este crecimiento hacia el mí mismo y hacia los otros se puede ver interrumpido por el narcisismo y favorecido por el auténtico amor. El narcisista es un solitario rodeado de espejos en los que, complacientemente, se ve sólo a sí mismo. Diríamos que está condenado a la soledad por un apego que Freud calificaría de «erótico a su propia imagen ». No voy a explicar este dinamismo, que puede llegar a ser un trastorno de la personalidad. Es verdad que la soledad tiene algo de espejo, y no está mal mirarse en él para aprender algo de uno mismo. Pero la soledad madura convierte el espejo en ventana por donde puedes contemplar tu paisaje interior y el mundo que te rodea. En determinadas condiciones ópticas, la ventana te devuelve tu imagen, pero no te impide ver otros rostros, otros caminos. En esta misma línea, pienso en las personas que pretenden llenar su soledad con cosas (el yo-ello de Buber, en lugar del yo-tú), cosificando incluso a las personas, y no pasan del «tener» al «ser» (E. Fromm). Siguiendo la imagen del espejo, recuerdo un viejo proverbio árabe: una ventana es un cristal que te permite ver al otro. Basta con darle al cristal un leve baño de plata para convertirlo en un espejo en el que sólo te ves a ti mismo. Frecuentemente, nuestras riquezas acumuladas nos aíslan y no nos permiten ver el rostro sufriente del otro, de los otros.

¿Cómo habitar tu soledad?

A los solitarios «forzosos» les aconsejaría hacer todo lo contrario de lo que aquí voy a ir enumerando:

  • Maldice de la soledad o de las circunstancias que te condujeron a ella sin discernirlas o profundizarlas.
  • Culpabiliza a todo el mundo y ciérrate las puertas que estén todavía entreabiertas.
  • Date mucha pena y aprovecha el tiempo, demasiado tiempo «libre », para descubrir hipocondríacamente alguna que otra enfermedad inédita. Busca a alguien sólo para quejarte.
  • Haz muchas cosas, aunque sean inútiles para distraer tu soledad
  • No te hables, no te lleves bien contigo mismo/a; confórmate con parlotear.
  • Dependiendo de tus circunstancias, edad o situación, ahógala en alcohol, sexo, droga o alguna ludopatía.
  • No te fíes de nadie.

Skinner, el conocido psicólogo, escribió en Harvard un libro para aprender a envejecer, en el que la soledad aparece paliada con útiles consejos conductuales, pero sin demasiada profundización personal. ¿Cómo habitar la soledad más allá de comprarse un animal de compañía (que puede estar bien)?

1. Reconociéndola como oportunidad para vivir desde niveles de tu persona que tareas urgentes, presencias intensas o roles sociales no te lo han permitido fácilmente. Es la paz y serenidad de espíritu de los que «tal vez» la han acogido, no sin trabajo personal, como soledad amiga o «hermana soledad».

2. Asumirla sin miedos ni aislamiento. Con recursos y contactos.

3. Escucharla y escucharte. ¡Pero si en la soledad no hay más que silencio…!

Frecuentemente, en nuestra vida tenemos demasiados ruidos dentro y fuera; el silencio cultivado y acogido puede ser una gran palabra, un elocuente mensaje liberador que nos permitirá experimentar la soledad como fecunda y bendita.

Jose Antonio García-Monge, SJ.

20/2/12

¿Por qué empezar tristes la cuaresma?


Vive contento

Hay algo que todos queremos unánimemente en todo el mundo: santos y pecadores, paganos y cristianos, grandes y chicos. Todos convenimos en una aspiración: La alegría; todos queremos ser felices.

Por eso, quien ha conseguido la felicidad ejerce una influencia inmensa, un poder de atracción enorme. Todos lo admiran, lo envidian, buscan su compañía, se sienten bien junto a él. En cambio, un hombre por más virtuoso que sea, si vive melancólico merecerá que se diga: Un santo triste, es un triste santo. Si vive lamentándose de todo, del tiempo, de las costumbres, de los hombres..., los hombres terminarán por alejarse de él, pues el corazón humano busca la alegría, lo positivo, el amor.

Y ¿cómo conseguir esa actitud de alegría que hay que tener en sí antes de poder comunicarla a los demás? Es necesario comenzar por salir del ambiente enfermizo de preocupaciones egoístas. Hay gente que vive triste y atormentada por recuerdos del pasado, por lo que los demás piensan de él en el presente, por lo que podrá ocurrirle en el porvenir. Viven encerrados en sí mismos y, claro está, no pueden salir. Cada idea que les viene a la mente parece hundirlos más en su pesimismo. Se parecen al que se hunde en el barro que mientras forcejea solo por salir, se hundirá más y más. Necesita tomarse de una fuerza extraña, distinta, para poder salir. Que se olviden, pues, de sí y se preocupen de los demás, de hacerles algún bien, de servirlos y los fantasmas grises irán desapareciendo. La felicidad no depende de fuera, sino de dentro.

No es lo que tenemos, ni lo que tememos, lo que nos hace felices o infelices. Es lo que pensamos de la vida. Dos personas pueden estar en el mismo sitio, haciendo lo mismo, poseyendo igual, y, con todo, sus sentimientos pueden ser profundamente diferentes.

Más aún: en los lazaretos, en los hospitales del cáncer se encuentran almas inmensamente más felices que en medio de las riquezas y en plenitud de fuerzas corporales. Una leprosa a punto de morir ciega, deshechos sus miembros por la enfermedad, escribía: "La luz me robó a mis ojos. A mi niñez su techo, mas no robó a mi pecho, la dicha ni el amor".

La alegría no depende de fuera, sino de dentro. El católico que medita su fe, nunca puede estar triste. ¿El pasado? Pertenece a la misericordia de Dios. ¿El presente? A su buena voluntad ayudada por la gracia abundante de Cristo. ¿El porvenir? Al inmenso amor de su Padre celestial.

Para quien sabe que no se cae un cabello de nuestra cabeza sin que el Padre de los cielos, que es al propio tiempo su Padre, lo sepa ¿qué podrá entristecerlo? Como decía Santa Teresa: "Dios lo sabe todo, lo puede todo; me ama". La gran receta para tener alegría, es vivir de fe.

Quienquiera ayudarse también de medios naturales comience por no dejarse tomar por una actitud de tristeza. Sonría aunque no quiera; y si ni eso puede, tómese los cachetes y haga el paréntesis de la sonrisa.

No basta sonreír para vivir contentos nosotros. Es necesario que creemos un clima de alegría en torno nuestro. Nuestra sonrisa franca, acogedora será también de un inmenso valor para los demás.

¿Sabes el valor de una sonrisa? No cuesta nada pero vale mucho. Enriquece al que la recibe, sin empobrecer al que la da. Se realiza en un instante y su memoria perdura para siempre. Nadie es tan rico que pueda prescindir de ella, ni tan pobre que no pueda darla. Crea alegría en casa; fomenta buena voluntad y es la marca de la amistad. Es descanso para el aburrido, aliento para el descorazonado, sol para el triste y recuerdo para el turbado. Y, con todo, no puede ser comprada, mendigada, robada, porque no existe hasta que se da. Y en el último momento de compras el vendedor está tan cansado que no puede sonreír ¿quieres tú darle una sonrisa? Porque nadie necesita tanto una sonrisa, como los que no tienen una para dar a los demás.

San Alberto Hurtado S.J

19/2/12

Iniciando la Cuaresma con la Samaritana

¿Cómo te dispones para iniciar la Cuaresma? Te sugerimos algunos puntos inspirados en el pasaje de la Samaritana (Jn 4):

1. “Dame de beber”

Comienza a pensar en el otro, comienza la cuaresma con un pequeño gesto de amor.

2. “¿Cómo tú me pides de beber a mí…?”

Un pequeño gesto de amor hace surgir la pregunta: ¿por qué lo tengo que hacer?

La fraternidad llega incluso donde no existe la amistad. No nos deben desconcertar las dificultades o diferencias. No son la última palabra de nuestra vida de consagrados. ¿Encuentras una respuesta que te motive a entregarte generosamente?

3. “Si tú conocieras el don de Dios”

La consagración es la obra de Dios, no nuestra obra. Los momentos de oscuridad, crisis o cansancio no cambian nuestro estado de personas consagradas; no cambian lo que somos ante Dios. ¿Hacia dónde se inclina el barómetro de tu confianza? ¿Hacia Dios o hacia tus propias fuerzas?

4. “Señor, el pozo es profundo y tú no tienes con qué sacar el agua”

La humanidad de Jesús nos crea problemas. Confiarse a él. Entrar en un camino desconocido. ¿Qué seguridades te impiden todavía seguir sus pasos?

5. “Nunca más tendrás sed”

Jesús invita a hacer un examen de nuestra vida. ¿Cuáles son las alegrías efímeras que no acaban de saciar nuestra sed? ¿Qué nos van haciendo solidamente felices? ¿Cuál es la alegría que perdura?


ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

CURSOS INTERESANTES

ESPECIAL EUCARISTÍA (novedades!)

En esta sección iremos poniendo algunos documentos sobre la Eucaristía que nos pueden ayudar a vivirla con más profundidad.
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"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)