21/12/11

"Será motivo de gran alegría para todo el pueblo"

La Navidad es la celebración de la acción comunicativa más plena y definitiva que ha registrado la historia: Dios quiso decir una Palabra que no se quedó ya en el vacío del aire que se expulsa por la boca, sino que se hizo carne, sangre, hueso, historia, tiempo, cultura, llanto, risa... Dios dijo una Palabra viva en la persona de Jesús y esta comunicación de Dios con nosotros ha sido, es y seguirá siendo un motivo de gran alegría para todo el pueblo.

Celebramos la manifestación de un Dios que quiere y realiza la comunión con los hombres y las mujeres; un Dios que vive construyendo comunión entre nosotros y nos invita a buscar formas de comunicación que dejen atrás las palabras vacías de realidad para convertirse en palabras de carne y hueso; palabras que se comprometan con la historia que relatan, que lloren con las tragedias que describen, que se alegren con lo bello de la vida, que sangren con las balas que denuncian, que se rían de los chistes que recuerdan, que caminen junto al pueblo malherido, que se inflamen de esperanza con la risa de los niños.

En un mundo en el que la palabra parece haber perdido su valor y en el que decir paz, justicia, igualdad o fraternidad no es más que un discurso repetido que se pierde en el mundo de las ideas y no acierta a transformar las relaciones entre los seres humanos, tenemos que celebrar esta fiesta de Navidad dejando que nuestras existencias se conviertan en palabras vivas que comuniquen no un concepto sino un abrazo solidario, una cadena rota, una caricia tierna, una deuda perdonada, una paz hecha comida.

Solamente asumiendo esta actitud podremos dar el paso definitivo que nos lleve del reino de la palabra al imperio del Espíritu, que no se contenta con nombrar las cosas sino que las realiza en la historia, transformando la tierra de sombras y tinieblas que habitamos en una tierra de luz, que mana leche y miel. Es el camino de la Pascua judía que llevó al pueblo esclavizado a caminar por el desierto hasta una tierra de libertad. Es el camino de Emaús en el que se hace presente la vida del Resucitado para dejar atrás la tristeza y el fracaso, para correr al encuentro de la comunidad que se construye desde las fragilidades de cada uno.

En definitiva es el camino de comunicación al que nos invita hoy la Navidad: vivir de una manera renovada la dinámica transformadora del bautismo, escuchando la Palabra, que desde la fuerza del Espíritu, vuelve a hacerse carne en nuestra carne, sangre, en nuestra sangre, para ofrecer una esperanza a toda la creación que gime con dolores de parto esperando su liberación.

“Jesús de Nazaret, // palabra sin fin // en tu nombre pequeño, // caricia infinita// en tu mano de obrero, // perdón del Padre // en calles sin liturgia, // todopoderoso Señor // en sandalias sin tierras, // culmen de la historia // creciendo día a día, // hermano sin fronteras // en una reducida geografía (...) Y en cada uno de nosotros // sigues creciendo hasta que todo nombre, // raza, arcilla, credo, // culmine su estatura” (Benjamín González Buelta, S.J.).

Hermann Rodríguez Osorio.

Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

29/11/11

Despertar!

Se le llamaba Chowkidar, el término pakistaní para designar al vigía nocturno, o al guardián. Mientras me preparaba para dormir cada noche, el rasguido de su catre de cáñamo al ser colocado cerca de la puerta de nuestro dormitorio, me llenaba de gratitud y seguridad. No debía temer a lo que la oscuridad podría traer, porque nuestro guardián mantenía su vigilia. Mientras yo dormía plácidamente, él se mantenía despierto, alerta frente a cualquier intruso, responsable por nosotros y nuestras propiedades. Era la labor de su vida: servir nuestra pequeña comunidad de Hermanas con su fiel vigilancia. Confiábamos en él y estábamos seguras que haría su labor. Este sagrado período del Adviento comienza con un llamado urgente e insistente a nosotras/os, para que permanezcamos “despiertas/os” esperando la llegada de nuestro Señor. Estas palabras nos sacan de una vida de rutina y auto complacencia. Cuán a menudo fallamos de detectar, de reconocer y de abrir al divino visitante que golpea la puerta de nuestras vidas? Cada Adviento nos trae una nueva llamada a “despertar”. El poeta Rumi escribe: “Dios está en casa, soy yo el que ha salido”. Somos los Chowkidar, los guardianes de nuestros propios corazones. Por quién vigilaremos en este Adviento? Por quiénes nos despertaremos y abriremos las puertas de nuestras vidas? Nunca sabremos cuándo y cómo Nuestro Señor llegará.
(Tomado de http://www.espaciosagrado.com/)

19/10/11

Nuestras misioneras en la red!!

Nuestra nueva misión de Ngovayang aparece en internet. Podéis leerlo en esta web: portalmisionero

Carta Apostólica de Benedicto XVI


El Santo Padre ha declarado el próximo año (2012-2013) como año de la fe. Aquí podéis leer la carta apostólica Porta Fidei, que ha escrito con esta ocasión. Pincha aquíEnlace

7/10/11

Aquí, ahora...


Dice un proverbio africano: « Toda relación es un regalo del espíritu que requiere nuestra gratitud y nuestra disposición a entender por qué el espíritu nos ha reunido ».

Nos hace bien caer en la cuenta de aquellas personas que son nuestro lugar de arraigo, allí donde compartimos dones y recibimos de los demás los suyos, para poder agradecer y afirmar la vida. Esta vida concreta nuestra. Hace poco leí algo que me ayudó, decía más o menos así: « Buscamos otro lugar, otro tiempo, y pensamos, no aquí, no ahora, no esto…y justo lo que nos dispone a la vida es lo contrario: Sí aquí, sí ahora, sí esto ». Ese abrir nuestras manos a lo que se nos ofrece en este momento, sin juzgar, sin querer otra cosa, aceptando lo que es, tomándolo confiadamente; como el «hágase» de María. Esa receptividad que nos devuelve el gusto por vivir, la luz en los ojos, y las ganas de ir diciendo a la gente que encuentras: «me alegra que existas, qué regalo saberte ahí».

Me río porque me viene ahora lo que decía una joven acerca de las monjas: « unas mujeres ocupadas que siempre tienen prisa », y quisiera en este curso que estrenamos saber soltar esas prisas y esa ocupación, y poder ofrecer un espacio tranquilo, abierto, tejido de calidez y por qué no, también de belleza, donde poder recibir sin premura. Lo agradezco tanto cuando lo encuentro en otras.

Mariola López, rscj

28/9/11

Una película para ver


El árbol de la vida: Una obra maestra que perdurará

22.09.11 | 14:19. Archivado en Crítica cinematográfica

Terrence Malick (Malas Tierras, 1973; Días del cielo, 1978; La delgada línea roja, 1998; El nuevo mundo, 2005)ha realizado una obra maestra que supone al artista capaz de expresarse a través del cine, al pensador que se asienta en la tradición filosófica, teológica y musical, y al creyente que quiere plasmar su experiencia de Dios. Tal intención nos lleva a una obra compleja que puede ser contemplada desde una cierta sencillez pero que no funcionará como película comercial. En este caso la crítica quiere ser una invitación responsable a ver una película que provoca una experiencia estética, invita a adentrase en la experiencia de la gracia y deja un poso reflexivo que exige tanto la revisitación –aquí la repetición será obligada- como a la contemplación y el diálogo.
La película en el primer nivel narrativo cuenta la historia de una familia en Texas en los años cincuenta el padre autoritario – genial Brad Pitt- y la madre bondadosa –todo un descubrimiento Jessica Chastain-tienen tres hijos varones de los que seguimos de forma especial a Jack -que será interpretado por Hunter McCracken de niño-adolescente y Sean Penn de adulto-, el mediano y especialmente significativo R.L. (Laramie Eppler) y Steve ( Tye Sheridan) que será el pequeño. Esta histórica doméstica se nos presenta en tres planos un ahora trágico, un pasado complejo y un futuro de promesa. Este nivel es la disculpa para presentarnos una biografía personal donde la gracia que se presenta como una historia de salvación: gracia original, pecado, redención y consumación.
El segundo nivel narrativo se expresa con imágenes –memorable la fotografía de Emmanuel Lubezki-, y música que dan a la historia un alcance cósmico y universal. No se trata de una biografía concreta sino de una presentación de la historia del universo y el ser humano ante Dios que le regala su gracia. Aquí tiene sentido el largo excursus sobre el origen del universo y la vida así como los intercalados visuales, que más que fragmentar la narración la despliegan, y en los que se introduce numerosos símbolos acompañados una banda sonora que actúa también como un potente emisor de mensajes. La complejidad significativa de los más de 30 fragmentos de música clásica y contemporánea nos llevan a recorrer obras de Bach, Mozart, Brahms, Mahler, Smetana, Respighi, Couperin (padre e hijo al piano y a la guitarra), Holst, incluso Preisner –el compositor de Kieslowski- para llevarnos hacia el “Agnus Dei”, de la “Grande Messe de Morts” de Berlioz.
El tercer nivel narrativo tiene la forma de una oración que es pronunciada fundamentalmente ante Dios por los tres personajes principales madre, padre e hijo mayor. En estas oraciones armonizadas con las imágenes y la banda sonora se ofrece el fondo teológico que manifiesta la presencia y la búsqueda de Dios, el encuentro y la ausencia del Misterio, la gracia y la naturaleza, el dolor y el pecado, la conversión y, por fin, la alabanza.
La película también tiene sus límites como no puede ser menos ante el reto imposible que aborda. La sobreabundacia en algunos momentos se convierte en retórica, la ciencia se mezcla sin demasiado aviso con la creencia, la presentación de esta familia supone una tipología poco universal, lo explícito de la confesión se hace incomprensible para el que no ha surcado por los mares de la fe cristiana y lo complejo del relatop puede excluir a los sencillos.
Sin embargo, no queda impedida la genialidad. Señalada por la división radical de opiniones entre la crítica, elevada por la excepcional forma fílmica que despliega, impúdica y arriesgada por la presentación de la fe que realiza. Esta película se convertirá para los cinéfilos en obra de culto y para el cine espiritual en referencia. Para nada es fácil, por eso esta crítica quiere ofrecer en planos unas pistas provisionales para la visión.
Como fondo último hay una llamada a la conversión al misterio de la presencia elocuente, escondida y también dramática, en medio del pecado y de la muerte, de la Gracia. Por ello termina convirtiéndose en una alabanza. Aquí hay un creyente, que lleno de límites, que los hay, nos muestra sobrecogido su experiencia de Dios. Un lugar donde el cine se hace don.

Trailer

24/9/11

Estrés y descanso... compasión.



Jesús recibe a los que vuelven de la misión con unas palabras que bien pueden considerarse como todo un “estilo de vida”: “Venid a un sitio tranquilo a descansar un poco”.

Descanso es lo opuesto a estrés. Éste se produce porque estamos en un sitio y queremos estar en otro; aquél sólo es posible cuando vivimos la aceptación del momento presente.

El estrés nos divide interiormente y tiende a “rompernos” porque, estando en un lugar y un momento, nos hace desear otro diferente. O porque, hallándonos de un modo determinado, nos agitamos porque querríamos estar de otro distinto.

En ambos casos, quien introduce el estrés –y la ansiedad- es nuestra mente –el yo-, que siempre coloca su sueño de felicidad en el futuro. Dado que no puede vivir en presente –en el que literalmente se disuelve-, y dada también su inconsistencia radical, el yo se proyecta constantemente a un futuro siempre inalcanzable, manteniendo de ese modo la ilusión de existir como entidad independiente.

Es cierto que, en el estrés y la ansiedad, hay intensidades muy diversas, dependiendo de factores externos e internos, muy ligados en cualquier caso al vacío afectivo de origen. A mayor vacío, más necesidad de compensar compulsivamente, más hiperactividad mental y más prisa-huida hacia el futuro.

Pero no es menos cierto que, en toda vivencia de estrés, hay una mente no observada: un conjunto de pensamientos y sentimientos que parecen tener vida propia y que terminan encerrando a la persona en callejones sin salida, donde no queda otra posibilidad que la angustia (de “angustus”: estrecho, cerrado, sin salida).

Si la característica del estrés es la huida del momento presente, y su factor común es la mente que “va por libre”, el descanso sólo podrá venir de la mano de una mente observada, que permite a la persona morar en la aceptación del instante presente.

Observar la mente permite tomar distancia de todo lo que se mueve en ella, para poder caer en la cuenta de que no somos aquello que pasa por ella, sino el Testigo ecuánime que la observa.

Puedes ejercitarte de esta manera: Visualízate a ti mismo/a en la nuca, dirige tu mirada hacia la frente, y pregúntate: ¿qué estoy pensando?, o ¿qué estoy sintiendo?, manteniendo siempre una distancia que no se implica.

Toma conciencia de que todo aquello que puedes observar no son sino “objetos” que hay en ti, pero en ningún caso tú mismo/a; es una película que tu mente está proyectando, pero en ningún caso tu identidad. No te reduzcas, por tanto, a esa película. Eres la Conciencia-Testigo que es consciente de lo que ahí ocurre.

Observar la mente se convierte así en la mayor fuente de libertad interior, dado que no hay nada externo que pueda esclavizarte sino tu propia reducción a aquélla.

Pero, además de libertad, la observación de la mente aporta la capacidad de permanecer en el aquí y ahora, porque se ha apaciguado la fuente de toda huida al futuro, que no era otra que la propia mente, en su tarea titánica de autoafirmarse como “yo”.

Acallada la mente, deshecha la identificación con el yo, sólo queda la Presencia, que sabe a descanso, a plenitud y a unidad.

El “sitio tranquilo”, de que habla el evangelio, no es otro que éste: la Presencia; el modo de “venir a él” pasa por observar la mente, a distancia, sin “pensar los pensamientos”, para posibilitar su silencio y, con él, la emergencia de la plenitud que, de otro modo, queda opacada.

Por eso, no luches con los pensamientos para intentar acallarlos; de ese modo, sólo lograrás incrementarlos. Basta que, situándote en el presente, digas: “Esa mente no soy yo”, “esos pensamientos incesantes no soy yo”…

Cuando dices esto, estás viniendo ya al presente. Presente es el no-tiempo, y es lo único que existe. Todo es ahora, y únicamente existe ahora. De hecho, no puedes estar fuera de él, ni cuando “vuelves” al pasado ni cuando proyectas el futuro; en un caso y otro, sólo puedes estar en lo único que existe: el instante presente, el Ahora atemporal, el “lugar” del descanso y de la plenitud.

En la segunda parte de este breve texto, el narrador acude a la imagen del “pastor” para presentar a Jesús. En la tradición profética, se había hablado del “pastor de Israel”, al que se identificaba con el Mesías (Libro de Jeremías 23,4-8; Libro de Ezequiel 34,23), como el que alimentaría a su pueblo. Alimento que se refiere tanto a la enseñanza como a la comida, según el doble significado del alimento/pan en el judaísmo.

Por eso, el texto habla de “enseñanza” –“se puso a enseñarles con calma”- y de “pan” –a continuación se narra el episodio conocido como la “multiplicación de los panes”-. De ambas maneras, Marcos presenta a Jesús como el alimento del pueblo.

Y lo que desencadena su reacción es el sentimiento que experimenta al ver a la multitud que andaba “como ovejas sin pastor”. Un sentimiento característico de Jesús que, en la presente traducción, se nombra como “lástima”. Pero hay otros términos y expresiones castellanas que podrían traducir mejor el original griego: sentir compasión o conmoverse en las entrañas.

En el lenguaje habitual, “lástima” parece referirse a un sentimiento, quizás intenso, pero en todo caso superficial o epidérmico, que no lleva a ninguna acción. “Compasión”, por el contrario, significa la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de ver y sentir las cosas como él las ve y las siente, activando un movimiento de ayuda.

En cualquier caso, más allá de las palabras empleadas, se alude al sentimiento profundo de quien se pone “en la piel” del otro, vibra con su situación y se vuelca en una acción eficaz de ayuda. Recordemos la acción que se desata en el samaritano de la parábola en cuanto siente compasión por el hombre malherido: “Se acercó y vendó sus heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él; sacó dos denarios…” (evangelio de Lucas 10,33-35).

Esa compasión que mueve las entrañas y se traduce en un servicio eficaz es uno de los rasgos más característicos de la persona de Jesús.

Los cristianos vemos en Jesús el “Rostro” humano de la Divinidad. Al hilo del evangelio parece adecuado afirmar que Dios es Descanso y es Compasión, la Presencia atemporal, sabia y amorosa, en la que todo es.

Enrique Martínez Lozano

20/9/11

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy quiero afrontar un Salmo con fuertes implicaciones cristológicas, que continuamente aparece en los relatos de la pasión de Jesús, con su doble dimensión de humillación y de gloria, de muerte y de vida. Es el Salmo 22, según la tradición judía, 21 según la tradición greco-latina, una oración triste y conmovedora, de una profundidad humana y una riqueza teológica que hacen que sea uno de los Salmos más rezados y estudiados de todo el Salterio. Se trata de una larga composición poética, y nosotros nos detendremos en particular en la primera parte, centrada en el lamento, para profundizar algunas dimensiones significativas de la oración de súplica a Dios.

Este Salmo presenta la figura de un inocente perseguido y circundado por los adversarios que quieren su muerte; y él recurre a Dios en un lamento doloroso que, en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza. En su oración se alternan la realidad angustiosa del presente y la memoria consoladora del pasado, en una sufrida toma de conciencia de la propia situación desesperada que, sin embargo, no quiere renunciar a la esperanza. Su grito inicial es un llamamiento dirigido a un Dios que parece lejano, que no responde y parece haberlo abandonado:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no me respondes; de noche, y no me haces caso» (vv. 2-3).

Dios calla, y este silencio lacera el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. Los días y las noches se suceden en una búsqueda incansable de una palabra, de una ayuda que no llega; Dios parece tan distante, olvidadizo, tan ausente. La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda dar consuelo y salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad llega a ser insostenible. Sin embargo, el orante de nuestro Salmo tres veces, en su grito, llama al Señor «mi» Dios, en un extremo acto de confianza y de fe. No obstante toda apariencia, el salmista no puede creer que el vínculo con el Señor se haya interrumpido totalmente; y mientras pregunta el por qué de un supuesto abandono incomprensible, afirma que «su» Dios no lo puede abandonar.

Como es sabido, el grito inicial del Salmo, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», es citado por los evangelios de san Mateo y de san Marcos como el grito lanzado por Jesús moribundo en la cruz (cf. Mt 27, 46; Mc 15, 34). Ello expresa toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor de la vida. Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y negado por los discípulos, circundado por quien lo insulta, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y la aniquilación. Por ello grita al Padre, y su sufrimiento asume las sufridas palabras del Salmo. Pero su grito no es un grito desesperado, como no lo era el grito del salmista, en cuya súplica recorre un camino atormentado, desembocando al final en una perspectiva de alabanza, en la confianza de la victoria divina. Puesto que en la costumbre judía citar el comienzo de un Salmo implicaba una referencia a todo el poema, la oración desgarradora de Jesús, incluso manteniendo su tono de sufrimiento indecible, se abre a la certeza de la gloria. «¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?», dirá el Resucitado a los discípulos de Emaús (Lc 24, 26). En su Pasión, en obediencia al Padre, el Señor Jesús pasa por el abandono y la muerte para alcanzar la vida y donarla a todos los creyentes.

A este grito inicial de súplica, en nuestro Salmo 22, responde, en doloroso contraste, el recuerdo del pasado:

«En ti confiaban nuestros padres, confiaban, y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres, en ti confiaban, y no los defraudaste» (vv. 5-6).

Aquel Dios que al salmista parece hoy tan lejano, es, sin embargo, el Señor misericordioso que Israel siempre experimentó en su historia. El pueblo al cual pertenece el orante fue objeto del amor de Dios y puede testimoniar su fidelidad. Comenzando por los patriarcas, luego en Egipto y en la larga peregrinación por el desierto, en la permanencia en la tierra prometida en contacto con poblaciones agresivas y enemigas, hasta la oscuridad del exilio, toda la historia bíblica fue una historia de clamores de ayuda por parte del pueblo y de respuestas salvíficas por parte de Dios. Y el salmista hace referencia a la fe inquebrantable de sus padres, que «confiaron» —por tres veces se repite esta palabra— sin quedar nunca decepcionados. Ahora, sin embargo, parece que esta cadena de invocaciones confiadas y respuestas divinas se haya interrumpido; la situación del salmista parece desmentir toda la historia de la salvación, haciendo todavía más dolorosa la realidad presente.

Pero Dios no se puede retractar, y es entonces que la oración vuelve a describir la triste situación del orante, para inducir al Señor a tener piedad e intervenir, come siempre había hecho en el pasado. El salmista se define «gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (v. 7), se burlan, se mofan de él (cf. v. 8), y herido precisamente en la fe: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere» (v. 9), dicen. Bajo los golpes socarrones de la ironía y del desprecio, parece que el perseguido casi pierde los propios rasgos humanos, como el siervo sufriente esbozado en el Libro de Isaías (cf. Is 52, 14; 53, 2b-3). Y como el justo oprimido del Libro de la Sabiduría (cf. 2, 12-20), como Jesús en el Calvario (cf. Mt 27, 39-43), el salmista ve puesta en tela de juicio la relación con su Señor, con relieve cruel y sarcástico de aquello que lo está haciendo sufrir: el silencio de Dios, su ausencia aparente. Sin embargo, Dios ha estado presente en la existencia del orante con una cercanía y una ternura incuestionables. El salmista recuerda al Señor: «Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre; desde el seno pasé a tus manos» (vv. 10-11a). El Señor es el Dios de la vida, que hace nacer y acoge al neonato, y lo cuida con afecto de padre. Y si antes se había hecho memoria de la fidelidad de Dios en la historia del pueblo, ahora el orante evoca de nuevo la propia historia personal de relación con el Señor, remontándose al momento particularmente significativo del comienzo de su vida. Y ahí, no obstante la desolación del presente, el salmista reconoce una cercanía y un amor divinos tan radicales que puede ahora exclamar, en una confesión llena de fe y generadora de esperanza: «desde el vientre materno tú eres mi Dios» (v. 11b). El lamento se convierte ahora en súplica afligida: «No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre» (v. 12). La única cercanía que percibe el salmista y que le asusta es la de los enemigos. Por lo tanto, es necesario que Dios se haga cercano y lo socorra, porque los enemigos circundan al orante, lo acorralan, y son como toros poderosos, como leones que abren de par en par la boca para rugir y devorar (cf. vv. 13-14). La angustia altera la percepción del peligro, agrandándolo. Los adversarios se presentan invencibles, se han convertido en animales feroces y peligrosísimos, mientras que el salmista es como un pequeño gusano, impotente, sin defensa alguna. Pero estas imágenes usadas en el Salmo sirven también para decir que cuando el hombre se hace brutal y agrede al hermano, algo de animalesco toma la delantera en él, parece perder toda apariencia humana; la violencia siempre tiene en sí algo de bestial y sólo la intervención salvífica de Dios puede restituir al hombre su humanidad. Ahora, para el salmista, objeto de una agresión tan feroz, parece que ya no hay salvación, y la muerte empieza a posesionarse de él: «Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados [...] mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar [...] se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica» (vv. 15.16.19). Con imágenes dramáticas, que volvemos a encontrar en los relatos de la pasión de Cristo, se describe el desmoronamiento del cuerpo del condenado, la aridez insoportable que atormenta al moribundo y que encuentra eco en la petición de Jesús «Tengo sed» (cf. Jn 19, 28), para llegar al gesto definitivo de los verdugos que, como los soldados al pie de la cruz, se repartían las vestiduras de la víctima, considerada ya muerta (cf. Mt 27, 35; Mc 15, 24; Lc 23, 34; Jn 19, 23-24).

He aquí entonces, imperiosa, de nuevo la petición de ayuda: «Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme [...] Sálvame» (vv. 20.22a). Este es un grito que abre los cielos, porque proclama una fe, una certeza que va más allá de toda duda, de toda oscuridad y de toda desolación. Y el lamento se transforma, deja lugar a la alabanza en la acogida de la salvación: «Tú me has dado respuesta. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (vv. 22c-23). De esta forma, el Salmo se abre a la acción de gracias, al gran himno final que implica a todo el pueblo, los fieles del Señor, la asamblea litúrgica, las generaciones futuras (cf. vv. 24-32). El Señor acudió en su ayuda, salvó al pobre y le mostró su rostro de misericordia. Muerte y vida se entrecruzaron en un misterio inseparable, y la vida ha triunfado, el Dios de la salvación se mostró Señor invencible, que todos los confines de la tierra celebrarán y ante el cual se postrarán todas las familias de los pueblos. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en don de la vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza.

Hermanos y hermanas queridísimos, este Salmo nos ha llevado al Gólgota, a los pies de la cruz de Jesús, para revivir su pasión y compartir la alegría fecunda de la resurrección. Dejémonos, por tanto, invadir por la luz del misterio pascual incluso en la aparente ausencia de Dios, también en el silencio de Dios, y, como los discípulos de Emaús, aprendamos a discernir la realidad verdadera más allá de las apariencias, reconociendo el camino de la exaltación precisamente en la humillación, y la manifestación plena de la vida en la muerte, en la cruz. De este modo, volviendo a poner toda nuestra confianza y nuestra esperanza en Dios Padre, en el momento de la angustia también nosotros le podremos rezar con fe, y nuestro grito de ayuda se transformará en canto de alabanza. Gracias.


19/8/11

Mensaje del Papa a las religiosas en El Escorial

Queridas jóvenes religiosas:
Dentro de la Jornada Mundial de la Juventud que estamos celebrando en Madrid, es un gozo grande poder encontrarme con vosotras, que habéis consagrado vuestra juventud al Señor, y os doy las gracias por el amable saludo que me habéis dirigido. Agradezco al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid que haya previsto este encuentro en un marco tan evocador como es el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Si su célebre Biblioteca custodia importantes ediciones de la Sagrada Escritura y de Reglas monásticas de varias familias religiosas, vuestra vida de fidelidad a la llamada recibida es también una preciosa manera de guardar la Palabra del Señor que resuena en vuestras formas de espiritualidad.

Queridas hermanas, cada carisma es una palabra evangélica que el Espíritu Santo recuerda a su Iglesia (cf. Jn 14, 26). No en vano, la Vida Consagrada «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida.
En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte en “exégesis” viva de la Palabra de Dios…
De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica» (Exh. apostólica Verbum Domini, 83).
La radicalidad evangélica es estar “arraigados y edificados en Cristo, y firmes en la fe” (cf. Col, 2,7), que en la Vida Consagrada significa ir a la raíz del amor a Jesucristo con un corazón indiviso, sin anteponer nada a ese amor (cf. San Benito, Regla, IV, 21), con una pertenencia esponsal como la han vivido los santos, al estilo de Rosa de Lima y Rafael Arnáiz, jóvenes patronos de esta Jornada Mundial de la Juventud. El encuentro personal con Cristo que nutre vuestra consagración debe testimoniarse con toda su fuerza transformadora en vuestras vidas; y cobra una especial relevancia hoy, cuando «se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza» (Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011, 1). Frente al relativismo y la mediocridad, surge la necesidad de esta radicalidad que testimonia la consagración como una pertenencia a Dios sumamente amado.
Dicha radicalidad evangélica de la Vida Consagrada se expresa en la comunión filial con la Iglesia, hogar de los hijos de Dios que Cristo ha edificado. La comunión con los Pastores, que en nombre del Señor proponen el depósito de la fe recibido a través de los Apóstoles, del Magisterio de la Iglesia y de la tradición cristiana. La comunión con vuestra familia religiosa, custodiando su genuino patrimonio espiritual con gratitud, y apreciando también los otros carismas. La comunión con otros miembros de la Iglesia como los laicos, llamados a testimoniar desde su vocación específica el mismo evangelio del Señor.
Finalmente, la radicalidad evangélica se expresa en la misión que Dios ha querido confiaros. Desde la vida contemplativa que acoge en sus claustros la Palabra de Dios en silencio elocuente y adora su belleza en la soledad por Él habitada, hasta los diversos caminos de vida apostólica, en cuyos surcos germina la semilla evangélica en la educación de niños y jóvenes, el cuidado de los enfermos y ancianos, el acompañamiento de las familias, el compromiso a favor de la vida, el testimonio de la verdad, el anuncio de la paz y la caridad, la labor misionera y la nueva evangelización, y tantos otros campos del apostolado eclesial.
Queridas hermanas, este es el testimonio de la santidad a la que Dios os llama, siguiendo muy de cerca y sin condiciones a Jesucristo en la consagración, la comunión y la misión. La Iglesia necesita de vuestra fidelidad joven arraigada
y edificada en Cristo. Gracias por vuestro “sí” generoso, total y perpetuo a la llamada del Amado. Que la Virgen María sostenga y acompañe vuestra juventud consagrada, con el vivo deseo de que interpele, aliente e ilumine a todos los jóvenes.
Con estos sentimientos, pido a Dios que recompense copiosamente la generosa contribución de la Vida Consagrada
a esta Jornada Mundial de la Juventud
, y en su nombre os bendigo de todo corazón. Muchas gracias.

31/7/11

S. Ignacio



Padre y Maestro Ignacio, escrutador de los caminos de Dios, amigo fiel del Señor, humilde servidor de Cristo y del Evangelio bajo el estandarte de la cruz, buscador incansable de la mayor gloria de Dios a través del discernimiento y de la oración, dócil a la obediencia al Señor y a la Iglesia su esposa; Tú que no has buscado riquezas y honores, sino que has preferido ser pobre con Cristo pobre, despreciado con Cristo humillado, con tal que fuese anunciado a todos el santo Nombre de Jesús en quien está la salvación, intercede por nosotros ante el Padre de las misericordias, para que en este tiempo de gracia podamos buscar y encontrar en todo su divina presencia y conocer su voluntad.

Al Eterno Rey de todas las cosas confiamos esta mínima Compañía, que no ha sido instituida por medios humanos, sino por la mano potente de Cristo el Señor en el que ahora ponemos nuestra esperanza, para que se digne conservar y llevar a cumplimiento aquello que se ha dignado comenzar para su servicio y alabanza y para la ayuda de las almas.

11/7/11

TIERRAS DEL ESPÍRITU

“ No te rindas , por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.
Porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento.
porque no estás solo, porque yo te quiero . "

Hasta el final el miedo y el frío, se presentan como compañeros de viaje que vienen a apagar los sueños y las brasas. Me impacta en la secuencia del Espíritu cómo se nombra la realidad sobre la que clamamos su venida: tierra en sequía, corazón enfermo, hielo. Como si esa fuera la tierra propicia donde el Espíritu actúa. Como si ninguna situación pudiera apartarnos de su visita, al contrario a mayor desvalimiento mayor proximidad. Toda tierra baldía es buena para el Espíritu. Es un buscador incansable de fragilidades, y de intemperies. En el no-amor, en la no-existencia, en la no-posibilidad, viene como un “sí” imparable que comienza de nuevo a contarnos la historia: “en el principio fue la relación”. En la callada voz del amor toda realidad queda bendecida: los demonios , los desiertos y sus fieras, los ladrones que saquean y matan… Hasta los infiernos de la realidad baja para encontrarnos y besar cada vida. Con su beso una identidad nueva que era nuestra y habíamos perdido : nadie será ya extranjero , ni enemigo,“ nadie hará daño a nadie , porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor como colman las aguas el mar” (Is 11, 9).

Hay una canción que dice : “ al lugar donde has sido feliz deberías tratar de volver ” , y los años nos descubren , ojalá que lo hagan , que ese lugar no es un espacio físico, ni está ubicado en el tiempo , sino que ese lugar está adentro, viene con nosotros donde vamos. Son las tierras del Espíritu y habitarlas es nuestra promesa. Aquellas tierras prometidas a nuestros padres y madres, y a todos aquellos que no tienen casa ni pan. Hay que descalzarse para entrar en esas tierras, hacerse cada vez más ligeros, más humildes; no retener nada, y recoger para que no se pierda ni uno sólo de los fragmentos de la vida, ni uno sólo de los rostros más pequeños. Hasta llenar los cestos de la Realidad con inmensa gratitud porque todos han podido saciarse de sus dones.

Las tierras del Espíritu albergan miles de nombres. Se llaman esperanza para unos inmigrantes subsaharianos sin papeles ni cobijo. Se llaman amada paz para las mujeres y niñas de Afganistán que buscan con su rostro cubierto sobrevivir a tanta barbarie. Se llaman libertad para los secuestrados largos años en cárceles y en selvas. Toman el nombre de justicia para generaciones de africanos que mueren de hambre en su continente expoliado. Se llaman belleza , porque todo lo creado es bueno y precioso, (“las lámparas son diferentes pero la luz es la misma ”, decía Rumi ); y se llaman siempre humanidad.

Igual que Jesús se encarnó, también nosotros nos hacemos hombres y mujeres, nos hacemos cada vez más humanos, por obra del Espíritu Santo . Él , Ella, nos hace presentir lo amados que somos, que en el Uno nunca estamos solos; “en el Uno estás siempre en casa”, y que esta es la hora, para cada uno de nosotros, y el mejor momento.

No te rindas, aún estás a tiempo

Mariola López, srcj.

27/6/11

Contando estrellas



No me ha resultado difícil identificarme con los sentimientos de Abram en esta escena que precede a la alianza que Dios hará con él. Es la experiencia del desencanto, del vacío, de la «infecundidad». Recordaba esos momentos en que uno se ha ilusionado, empeñado, trabajado, preparado y sudado haciendo algún trabajo... y el resultado no ha sido el esperado. Esos momentos en que las declaraciones u opciones de nuestras autoridades eclesiales o de los responsables laborales no las compartimos, nos duelen, nos escandalizan, o incluso nos parecen abiertamente equivocadas... Esos momentos en los que tu Comunidad o tu parroquia, o la gente en que confiabas te decepciona. Esos momentos en que te miras a ti mismo y te desanimas al ver que no avanzas, que metes la pata, que no consigues que se cumplan tus sueños y proyectos... Esos momentos en que no ves que otros se identifiquen con tus ideales, que no ves un posible relevo, en que te parece que cada vez somos menos, que somos los de siempre, pero más cansados... Esos momentos en que podríamos decir que estamos a oscuras, que se nos ha hecho de noche.

Me tranquiliza y llena de esperanza al ver que Dios se ha dado cuenta del desánimo, la tristeza o el vacío de Abram, y se le acerque, tomando la iniciativa, con este saludo: primero de todo «no temas». Porque sí, el miedo, el temor, el acobardarse suelen ser las reacciones humanas normales ante situaciones que percibimos como sin salida, «negras». En segundo lugar «yo soy tu escudo», no eres tan vulnerable como pensabas, yo no voy a permitir que todos esos sentimientos te dañen, yo te protejo y te defiendo.
Abram reconoce que las cosas le han ido bien, que tiene «cosas» abundantes, recibidas de Dios, pero se atreve a quejarse, e incluso a reprochar a Dios: ¿para qué todo eso si no ve un futuro que le ilusione? No tener futuro es duro, triste, frustrante. Sí, ¿para qué todo eso por lo que vengo luchando, y me esfuerzo, esa Iglesia, ese grupo, esa comunidad, ese grupo de trabajo, ese proyecto que he soñado y construido... si no veo los resultados que quisiera, si se agota conmigo y cualquier otro me sustituirá y hará con ello lo que le dé la gana?
Pero el Dios que se le acerca es el Dios de las promesas, el Dios del futuro, el Dios que abre horizontes, que hace posibles los sueños. Y lo «saca»: «El Señor lo sacó afuera». No sabemos de dónde. Pero lo saca. Este Dios es «el que te sacó de Ur de los Caldeos». Parece como si Dios quiere enseñarle que a veces todo es muy oscuro porque nuestra «tienda» es muy, demasiado pequeña, y entonces es fácil sentirse asfixiado, agotado, aburrido... El Señor que quiere que miremos al cielo (que le miremos a Él) y que nos pongamos «a contar estrellas». Pues sí, hay muchos puntos luminosos en la noche, hay muchos -aunque puedan parecernos pequeñitos- signos de esperanza, la noche no es noche del todo.
Además la «fecundidad» es cosa de Dios. Hay que atreverse a confiar, a ponerse en sus manos. Yo tendré que hacer lo que me pida, por raro que me parezca (vaya cosas que le pide Dios: una ternera, una cabra, un carnero, una tórtola y un pichón... !!!!). Hacer lo que tengo que hacer, probablemente lo mismo que estaba haciendo, aunque «fuera» al descubierto, al raso, dándome cuenta de las muchas estrellas...porque Dios se compromete conmigo. Él hará el resto. Yo seré su «siervo inútil» como explicará Jesús en el Evangelio.
Pero tengo que «creer». «Abram creyó al Señor», le hizo caso, se fió de él. No verá personalmente cumplidas aquellas promesas (la tierra y una larga descendencia), sólo «un hijo de sus entrañas». Es un pobre comienzo. Nosotros, cristianos, hemos recibido un «hijo de las entrañas de Dios». Es mucho más que lo que recibió Abram. Y el horizonte se nos ha abierto infinitamente. No recibiremos una tierra, sino «todo», porque en Él Dios nos ha enriquecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Después de la noche de Pascua no ha sido un puñado de estrellas en el cielo lo que hemos podido ver, sino todo un Sol que nace de lo alto.
O sea: que sí, hay futuro, hay fecundidad, hay horizonte. Pero hay que creer. Hay que confiar. Tengo que creer, tengo que confiar. El Señor ya hará todo lo demás.
Bendito sea el Dios del futuro, el Dios de la promesa, el Dios de la fecundidad y de la vida. Él es nuestro escudo, es nuestro Dios.
Enrique Martínez, cmf.

22/6/11

Sostenido por la Eucaristía

El testimonio del Card. Nguyen Van Thuan nos puede ayudar a celebrar la fiesta del Corpus Christi, y a experimentar en la Eucaristía la fuerza del amor. Pincha en la foto.




1/6/11

Desde una perspectiva teológica: Desastres y un nuevo comienzo del universo

Mayo 16, 2011

La reconstrucción de las casas en la misma zona después de una inundación destructiva, Filipinas

Niko Bilić SJ

La conocida narración del libro del Génesis sobre la historia de la primera alianza en la Biblia toca el tema de un desastre masivo y un nuevo comienzo, una esperanza en el peor de los escenarios de nuestra situación ambiental actual.

La descripción es famosa: El cielo se calma, la luz del sol se derrama en todo el espectro de los agradables colores de un arco iris. En la historia bíblica, la catástrofe universal es muy real, así la experiencia de una ciudad devastada y el templo, marcan el fin de la soberanía.

El desastre ha terminado y el justo Noé, junto con sus hijos, escucha la palabra de Dios (Génesis 9:8-18). Hoy en día, la imagen nítida de las aguas devastadoras está muy presente para nosotros, así la reciente experiencia de las inundaciones que han afectado incluso sociedades desarrolladas como Australia en 2010 y nuevamente a principios de este año.

Noé tenía una buena razón para confiar desde el principio, incluso antes de que las aguas del diluvio llegasen. Lo que Dios quería y comunicó a los que estaban dispuestos a escuchar, se estaba cumpliendo en ese momento: “y aquí, yo establezco un pacto” (Génesis 9:8). Por primera vez, la Escritura en su original hebreo berit introduce la expresión clave en un contexto específicamente ecológico. El relato del establecimienot de la primera alianza tiene sus obligaciones y su confianza confirmada por el simbolismo de repetir siete veces berit (Génesis 9:8-17).

El primer pacto en la Biblia aparece actual para nosotros, debido a la experiencia ecológica de las sociedades modernas. El lector descubre de inmediato quien es la otra parte del pacto con Dios: Noé y sus hijos (Génesis 9:9-15) que representa la humanidad. Pero Dios dirige este pacto expresamente a “todos los seres vivos”. Por último, según el discurso posterior de Dios, el pacto se concluye con la misma tierra (Génesis 9:13).

Frente a una visión teológica común, según la cual el pacto se realiza exclusivamente con el pueblo elegido de Dios en el contexto de su historia de la salvación, la principal y primera alianza nunca cancelada es muy amplia, abarcando tanto la totalidad de la humanidad, a través de todas las generaciones, como a todo el entorno natural. No es una noción puramente espiritual, cuando los narradores destacan que Dios está estableciendo un pacto con “todos los vivientes” (Génesis 9:15-17), apuntando ya a la noción de la Encarnación, tan central para el pensamiento cristiano del Nuevo Testamento. Dios está haciendo un pacto con todos los vivientes.

Hoy somos conscientes de que no sólo las condiciones físicas y químicas de la vida en nuestro planeta azul es un milagro astronómico, sino también que toda la Tierra es un sistema interdependientes y mutuamente relacionado, una red compleja y recíprocamente interactiva de vida. Desde su inicio, las Escrituras reconocen esta dimensión cósmica. En cierto modo, la universalidad ecológica de la primera alianza corrige el relato sobre la creación del primer capítulo del Génesis. Si allí era posible ver al hombre con autoridad sobre la naturaleza, el destino de Noé hace inequívocamente claro que el cosmos entero está bajo la protección de Dios.

El signo de la alianza – el arco iris – es profundamente significativo, porque va más allá de simbolismo puramente literario, y es parte de nuestro mundo real. El arco iris atrae a nuestros ojos, es hermoso y evidente, y eleva nuestra mirada al cielo: al mismo tiempo, nunca aparece cuando queremos. Esta señal sigue siendo un misterio, más allá de nuestro poder y control.


El arco iris es también una señal de que no se limita a la esfera sacra y religiosa en el sentido estricto, sino que es un fenómeno físico, recordando que todos los seres creados son un don de Dios. Esta alianza “ecológica” es anterior, y más extensa y profunda que el pacto histórico entre Dios y el “pueblo escogido”. La naturaleza antecede a la gracia – como insistía tanto Tomás de Aquino – y Noé y su destino nos recuerdan que la propia naturaleza es obra de Dios, un beneficio central y bendición del Creador. La naturaleza es el primer don de la historia, y la naturaleza es la primera gracia que se nos confía.

Niko Bilić, SJ.

Si os ha gustado esta reflexión, podéis encontrar otras igualmente interesantes en la siguiente web: Ecología y jesuitas en comunicación

26/5/11

Alegría


«Os he dicho esto para que...reboséis de alegría»

La alegría es una necesidad y una fuerza para nosotros, también psíquicamente. Una hermana que cultiva el espíritu de alegría siente menos la fatiga y está cada día dispuesta a hacer el bien. Una hermana rebosante de alegría predica sin predicar. Una hermana alegre es como el rayo de sol del amor de Dios, la esperanza de la alegría eterna, la llama de un amor ardiente.
La alegría es una de las mejores garantías contra la tentación. El diablo es portador de temor y barro, toda ocasión para lanzárnoslo es buena para él. Un corazón alegre sabe cómo se ha de proteger. (M. Teresa de Calcuta)

26/4/11

Pascua de Resurrección. Una voz que nunca muere


Por Ron Rolheiser (Traduccion Carmelo Astíz, cmf)


Pascua se refiere a muchas cosas. Celebramos el poder de Dios para vencer a la muerte, al pecado y a la injusticia, pero también celebramos las voces y heridas de los que murieron en Viernes Santo.
Para ilustrar esto, me gustaría describir una de esas voces, la de una joven anónima que fue brutalmente violada y asesinada por los militares de El Salvador en 1981, en un lugar llamado con toda propiedad “La Cruz”. La historia fue reportada por el periodista Mark Danner.
Este periodista describe cómo, después de esta masacre especial, algunos soldados relataron cómo una de sus víctimas les obsesionó y cómo les resultaba imposible borrarla de sus mentes mucho tiempo después de su asesinato.

Habían saqueado un pueblecito y violado a muchas de las mujeres. Una de éstas era una joven, cristiana evangélica, violada muchas veces en una sola tarde, y posteriormente torturada. Sin embargo, a pesar de todo esto, esta joven, adhiriéndose a su fe en Cristo, cantaba cantos religiosos durante su tortura. He aquí cómo lo describe uno de los soldados:
“Siguió también cantando incluso después de que le dispararan en el pecho. Yacía allí en La Cruz con la sangre fluyendo de su pecho, pero seguía cantando – un poco más suave que antes, pero todavía cantando. Y los soldados, estupefactos, la observaban y le apuntaban. Entonces, cansados ya de este juego inquietante, le dispararon de nuevo. Y ella cantaba todavía. Pero el asombro de los soldados comenzó a convertirse en miedo – hasta que finalmente desenvainaron sus machetes, la degollaron y… por fin acabó el canto” (La Masacre de El Mozote, N.Y. Vintage Books, 1994, pp.78-79)
Gil Bailie, que cuenta esta historia en su libro monumental sobre la cruz y la no violencia, se fija no sólo en la extraordinaria semejanza entre la muerte de esta joven y la de Jesús, sino también en el hecho de que en los dos casos resurrección significa que sus voces siguen vivas todavía, cuando todo con respecto a sus muertes indica que sus voces tendrían que haber muerto.
En el caso de Jesús, nadie hubiera predicho, presenciando como testigo su muerte humillante en una solitaria colina, con sus seguidores ausentes, que ésta sería la muerte más recordada de la historia. Lo mismo ocurre con esta joven decapitada y torturada. Su violación y asesinato ocurrió en un lugar muy remoto y todos aquellos que quizás hubieran querido inmortalizar su historia fueron también asesinados.
Sin embargo su voz sobrevive y sin duda seguirá creciendo en importancia, mucho tiempo después que los que la violaron y asesinaron sean olvidados. Como lo demuestran tanto Jesucristo como esta joven valiente, la impotencia y el anonimato, ligados a un corazón que es capaz de cantar las palabras: “¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!” mientras es violada y humillada, al fin se convierten en lo opuesto: en poder y en inmortalidad.
Una muerte de este tipo no sólo marca moralmente la conciencia de los autores asesinos y de sus simpatizantes, sino que también deja algo que nunca se puede olvidar, un eco permanente que nunca nadie silenciará. Dios resucita y revitaliza también, después del Viernes Santo, la voz de quien murió.
Un crítico literario, que recensionó el libro de Danner en el periódico New York Times, nos dice cómo, después de leer esta historia, siguió “aguzando el oído” para oír el sonido de esa canción.
La tarea de la Pascua de Resurrección es reavivar el credo dentro de nosotros mismos. Los primeros cristianos, inmediatamente después de experimentar la resurrección de Jesús, espontáneamente sellaron un credo en sólo tres palabras: “¡Jesús es Señor!” Eso, de hecho, lo dice todo. Cuando afirmamos que Jesús ha resucitado de entre los muertos y que es Señor de este mundo, estamos igualmente afirmando todas las demás verdades de nuestra fe.
Esencialmente, decimos:
que Dios está todavía finalmente a cargo de este universo, a pesar de cualquier indicación en contra;
que, a pesar de la brutalidad y de la violación, al fin, la violencia, la injusticia y el pecado serán silenciados y vencidos;
que la bondad y la amabilidad, como se manifiestan en Jesús, son lo que en el fondo subyace en la raíz de toda realidad;
que esta joven cristiana, tan brutalmente violada, ha resucitado ahora y vive, gozosamente, en el corazón de Dios;
y que su muerte, como la de Jesús, es redentora precisamente porque, como él, ella también, frente a la impotencia ante la peor brutalidad que el mundo pudo perpetrar, todavía fue capaz de decir: “Perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Celebrar la Pascua de Resurrección es afirmar que todo esto es verdad. Pero eso exige también mucho de nosotros:
Exige, como tan acertadamente escribió el crítico literario del New York Times, que agucemos el oído para oír el sonido de aquella canción de la joven moribunda, que nos esforcemos por guardarla a ella y a su canción vivas en nuestro corazón. Ella vive todavía en el corazón de Dios, pero nosotros tenemos que guardarla también en el nuestro.
¿Por qué? No por razones sentimentales, ni simplemente porque su historia es excepcional. No. Tenemos que guardarla viva en nuestros corazones porque su canto es la levadura de la resurrección y ésa, únicamente ésa, puede resucitarnos también a nosotros para ser también excepcionales.
Una de las tareas de la Pascua de Resurrección es aguzar nuestros oídos para poder oír las voces del Viernes Santo.

ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

CURSOS INTERESANTES

ESPECIAL EUCARISTÍA (novedades!)

En esta sección iremos poniendo algunos documentos sobre la Eucaristía que nos pueden ayudar a vivirla con más profundidad.
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"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)