14/6/10

Comunidad, armonía de lo diverso


Aunque reconozcamos los valores de la comunidad y de la vida comunitaria, también es cierto que nuestra decepción ante la vida en comunidad es frecuentemente grande, muy grande. La vida en comunidad de vida se hace difícil, muy difícil. Nos resulta más fácil y atractivo formar comunidades pasajeras, que comunidades permanentes. Pensemos en una comunidad deportiva o litúrgica; en una comunidad de comida, o de estudio. Lo difícil es formar una comundidad de vida. En los monasterios con voto o promesa de estabilidad, la comunidad es por toda la vida. En nuestras comunidades apostólicas la comunidad de vida es por algunas años, normalmente. Nosotros vivimos la comunión, sobre todo, a nivel provincial o congregacional.

Pero ¿qué nos pasa con la comunidad? ¿Por qué tanta insatisfacción? Pienso que los miembros de la comunidad somos los que somos y no cambiamos tan fácilmente: “genio y figura…”. Lo único posible es cambiar la perspectiva: descubrir la “otra dimensión”, la belleza que la habita, desde la pura materialidad hasta la espiritualidad culminante. Continúa leyendo AQUÍ

J. Cristo Rey García Paredes, cmf.

7/6/10

Desplazados

En este vídeo ofrecemos de modo breve los testimonios de diversos desplazados del Congo en los campos de Buhimba, Mugunga II y Bulengo, en Goma.




El padre Mario Pérez, salesiano, es natural de Venezuela. Amplio conocedor de la realidad congoleña, el padre Mario dirige el Centro Don Bosco - Ngangi, la institución de referencia en la asistencia a menores en la ciudad de Goma.


http://www.pescandoenriorevuelto.com/

5/6/10

Pan que se parte

Memorias de una discípula

Me llamo Susana que en hebreo significa "lirio" y junto con los doce, María de Magdala, Juana, mujer de Cusa, mayordomo de Herodes, y otras muchas, pertenecí al grupo que seguía a Jesús desde Galilea. (Cf. Lc 8,1-3) Eramos un movimiento extraño, muy distinto de los que solían agruparse en torno a los rabbis o maestros. Estos no aceptaban nunca mujeres en su seguimiento y elegían sus discípulos sólo entre varones cultivados y de buena fama, cosa que no ocurría entre nosotros.

Llevábamos una vida itinerante, recorriendo aldeas y poblados en los que Jesús iba anunciando la llegada del Reino. El contacto con él era como una ráfaga de libertad que, a su paso, hacía que todo recobrara vida y novedad. Eran tiempos de recreación, tiempos de entusiasmo desbordante, como si el vino que él había derrochado en Caná nos embriagase un poco a todos. "Algo nuevo está naciendo, la fiesta de bodas ha comenzado", decía él.

Desde que se corrió la noticia de que había curado a algunos enfermos, la gente acudía donde él estaba y, si no podía entrar en la casa, esperaba a la puerta el tiempo que fuera necesario, con tal de poder verle y tocarle o, al menos, desahogar ante él el peso de sus sufrimientos. Los que vivíamos cerca de él, no podíamos comprender cómo tenía tiempo para todos, cómo podía abarcar con su atención y con su afecto a cada una de aquellas personas agitadas o abatidas por su enfermedad, empapadas de sudor y de polvo, agotadas por la caminata y la espera, hambrientas de su presencia y de su palabra.

Pan al final de la jornada

Un día, llegamos a una aldea al atardecer, después de una larga caminata a pleno sol que nos había dejado extenuados. No habíamos probado bocado en todo el día y, cuando entramos en la casa de los conocidos que nos ofrecieron cobijo, las mujeres nos pusimos a preparar la masa del pan y a cocerlo, mientras otros iban a comprar dátiles y aceitunas que lo acompañarían en la cena.

Jesús, entretanto, se había quedado fuera, rodeado de la gente que había ido llegando. Escuchaba a cada uno, le preguntaba su nombre, tocaba sus heridas y se interesaba por sus fiebres, con la misma ternura con que una madre acariciaría y curaría las de su hijo enfermo. El contacto de sus manos, decía la gente, comunicaba sosiego y alivio; el aliento de sus palabras contagiaba ánimo y esperanza para seguir viviendo y luchando contra las fuerzas de la muerte.

Cuando le llamamos para comer, no hizo caso y continuó hablando, escuchando, acariciando. No parecía tener prisa, ni hambre, ni cansancio, y no entró en la casa hasta que despidió al último enfermo.

Cuando tomó el pan aquella noche para partirlo y repartirlo, según su costumbre, todos nos dimos cuenta de que así era él: un pan partido y repartido, una vida devorada por todos los que tenían hambre de vivir, de ser amados, escuchados, comprendidos, sanados. Con la misma naturalidad con que repartía aquel pan, se repartía a sí mismo sin reservarse nada, sin guardarse nada, y entregaba a todos su tiempo, su afecto, su interés, su amistad.

Las palabras de la oración de bendición nos parecieron nuevas aquella noche: "Bendito seas Señor nuestro, Rey del universo, que nos sostienes y das pan a todo viviente, porque tu misericordia es eterna. Tú preparas el sustento para todos los seres que has creado. Bendito seas, Señor, que sostienes a todos."

Tiempo para orar

Imagina la escena de ese atardecer en Cafarnaúm que narra Marcos. Mézclate entre la gente que se agolpa a la entrada de la casa donde se hospeda Jesús. Trata de poner rostros de hoy a esa multitud anónima del evangelio. Quizá te sientas pertenecer al grupo de los que llevan a otros hacia Jesús: nómbralos, aviva tu deseo de poder acercar a él a tanta gente que sufre y a la que querrías ayudar. Siéntete también del grupo de enfermos, contacta con tus carencias de fondo, con tu necesidad de sanación y reconstrucción. Cuando te toque el turno, acércate a Jesús y déjale preguntarte: “¿Qué quieres que haga contigo?” mientras te impone las manos.

Piensa qué le contestarías si al final te preguntara: “¿Quieres compartir conmigo esta tarea de consolar y sanar heridas? ¿Estás dispuesto a ofrecer también tu vida, junto a la mía, “como pan que se parte”?

Dolores Aleixandre rscj

2/6/10

Complacencia del Padre



Corazón de Jesús, en quien el Padre halló sus complacencias*

1. Corazón de Jesús, en quien el Padre halló sus complacencias.

Rezando así, particularmente ahora, en el mes de junio, meditamos en aquella complacencia eterna que el Padre tiene en el Hijo: Dios en Dios, Luz en Luz.
Esa complacencia significa también Amor: este Amor al que todo lo que existe le debe su vida: sin Él, sin Amor, y sin el Verbo Hijo, «no se hizo nada de cuanto se ha hecho» (Ioh 1, 3).

Esta complacencia del Padre encontró su manifestación en la obra de la creación, en particular en la del hombre, cuando Dios «vio lo que había hecho y he aquí que era bueno... era muy bueno» (cfr Gen 1, 31).
¿No es, pues, el Corazón de Jesús ese «punto» en el que también el hombre puede volver a encontrar plena confianza en todo lo creado? Ve los valores, ve el orden y la belleza del mundo. Ve el sentido de la vida.

2. Corazón de Jesús, en quien el Padre halló sus complacencias.

Nos dirigimos a la orilla del Jordán.
Nos dirigimos al monte Tabor.

En ambos acontecimientos descritos por los Evangelistas se oye la voz del Dios invisible, y es la voz del Padre:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia. Escuchadle» (Mt 17, 5).

La eterna complacencia del Padre acompaña al Hijo, cuando Él se hizo hombre, cuando acogió la misión mesiánica a desarrollar en el mundo, cuando decía que su comida era cumplir la voluntad del Padre.
Al final Cristo cumplió esta voluntad haciéndose obediente hasta la muerte de Cruz, y entonces esa eterna complacencia del Padre en el Hijo, que pertenece al íntimo misterio del Dios Trino, se hizo parte de la historia del hombre. En efecto, el Hijo mismo se hizo hombre y en cuanto tal tuvo un corazón de hombre, con el que amó y respondió al amor. Antes que nada al amor del Padre.

Y por eso en este corazón, en el Corazón de Jesús, se concentró la complacencia del Padre.

Es la complacencia salvífica. En efecto, el Padre abraza con ella en el corazón de su Hijo a todos aquellos por los que este Hijo se hizo hombre. Todos aquellos por los que tiene el corazón. Todos aquellos por los que murió y resucitó.
En el Corazón de Jesús el hombre y el mundo vuelven a encontrar la complacencia del Padre. Éste es el corazón de nuestro Redentor. Es el corazón del Redentor del mundo.

3. En nuestro rezo del Ángelus Dómini unámonos a María. Unámonos a Ella, de la que el Hijo de Dios tomó un corazón humano. Pidámosle que nos acerque a Él. Pidamos a Ella, en el corazón del Hijo, acerque al hombre y al mundo la complacencia del Padre, el Amor del Padre, la misericordia de Dios.
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*Meditación dominical a la hora del «Ángeles», 22 VI 1986.

ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

CURSOS INTERESANTES

ESPECIAL EUCARISTÍA (novedades!)

En esta sección iremos poniendo algunos documentos sobre la Eucaristía que nos pueden ayudar a vivirla con más profundidad.
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"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)