1/6/11

Desde una perspectiva teológica: Desastres y un nuevo comienzo del universo

Mayo 16, 2011

La reconstrucción de las casas en la misma zona después de una inundación destructiva, Filipinas

Niko Bilić SJ

La conocida narración del libro del Génesis sobre la historia de la primera alianza en la Biblia toca el tema de un desastre masivo y un nuevo comienzo, una esperanza en el peor de los escenarios de nuestra situación ambiental actual.

La descripción es famosa: El cielo se calma, la luz del sol se derrama en todo el espectro de los agradables colores de un arco iris. En la historia bíblica, la catástrofe universal es muy real, así la experiencia de una ciudad devastada y el templo, marcan el fin de la soberanía.

El desastre ha terminado y el justo Noé, junto con sus hijos, escucha la palabra de Dios (Génesis 9:8-18). Hoy en día, la imagen nítida de las aguas devastadoras está muy presente para nosotros, así la reciente experiencia de las inundaciones que han afectado incluso sociedades desarrolladas como Australia en 2010 y nuevamente a principios de este año.

Noé tenía una buena razón para confiar desde el principio, incluso antes de que las aguas del diluvio llegasen. Lo que Dios quería y comunicó a los que estaban dispuestos a escuchar, se estaba cumpliendo en ese momento: “y aquí, yo establezco un pacto” (Génesis 9:8). Por primera vez, la Escritura en su original hebreo berit introduce la expresión clave en un contexto específicamente ecológico. El relato del establecimienot de la primera alianza tiene sus obligaciones y su confianza confirmada por el simbolismo de repetir siete veces berit (Génesis 9:8-17).

El primer pacto en la Biblia aparece actual para nosotros, debido a la experiencia ecológica de las sociedades modernas. El lector descubre de inmediato quien es la otra parte del pacto con Dios: Noé y sus hijos (Génesis 9:9-15) que representa la humanidad. Pero Dios dirige este pacto expresamente a “todos los seres vivos”. Por último, según el discurso posterior de Dios, el pacto se concluye con la misma tierra (Génesis 9:13).

Frente a una visión teológica común, según la cual el pacto se realiza exclusivamente con el pueblo elegido de Dios en el contexto de su historia de la salvación, la principal y primera alianza nunca cancelada es muy amplia, abarcando tanto la totalidad de la humanidad, a través de todas las generaciones, como a todo el entorno natural. No es una noción puramente espiritual, cuando los narradores destacan que Dios está estableciendo un pacto con “todos los vivientes” (Génesis 9:15-17), apuntando ya a la noción de la Encarnación, tan central para el pensamiento cristiano del Nuevo Testamento. Dios está haciendo un pacto con todos los vivientes.

Hoy somos conscientes de que no sólo las condiciones físicas y químicas de la vida en nuestro planeta azul es un milagro astronómico, sino también que toda la Tierra es un sistema interdependientes y mutuamente relacionado, una red compleja y recíprocamente interactiva de vida. Desde su inicio, las Escrituras reconocen esta dimensión cósmica. En cierto modo, la universalidad ecológica de la primera alianza corrige el relato sobre la creación del primer capítulo del Génesis. Si allí era posible ver al hombre con autoridad sobre la naturaleza, el destino de Noé hace inequívocamente claro que el cosmos entero está bajo la protección de Dios.

El signo de la alianza – el arco iris – es profundamente significativo, porque va más allá de simbolismo puramente literario, y es parte de nuestro mundo real. El arco iris atrae a nuestros ojos, es hermoso y evidente, y eleva nuestra mirada al cielo: al mismo tiempo, nunca aparece cuando queremos. Esta señal sigue siendo un misterio, más allá de nuestro poder y control.


El arco iris es también una señal de que no se limita a la esfera sacra y religiosa en el sentido estricto, sino que es un fenómeno físico, recordando que todos los seres creados son un don de Dios. Esta alianza “ecológica” es anterior, y más extensa y profunda que el pacto histórico entre Dios y el “pueblo escogido”. La naturaleza antecede a la gracia – como insistía tanto Tomás de Aquino – y Noé y su destino nos recuerdan que la propia naturaleza es obra de Dios, un beneficio central y bendición del Creador. La naturaleza es el primer don de la historia, y la naturaleza es la primera gracia que se nos confía.

Niko Bilić, SJ.

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