18/1/11

Deseando ser todos uno

Del 18 al 25 de enero, celebramos “el octavario por la unidad de las Iglesias”. El Concilio Ecuménico Vaticano II, alzó con fuerza su voz en el decreto “Unitatis redintegratio” donde se encuentran los datos reveladores que argumentan la razón eclesial del ecumenismo, y el por qué de esta oración por la unidad.

Una vez al año, muchos cristianos tomamos conciencia de la gran diversidad de formas de orar a Dios; nos conmovemos y caemos en la cuenta de que no es tan extraña la manera en que el prójimo rinde culto a Dios.
Los cristianos estamos llamados a reflexionar, actuar, orar y trabajar juntos; apoyarnos, compartir y debatir entre todos. Tenemos que promover el testimonio común en el trabajo de misión y evangelización. Realizar un servicio cristiano, atendiendo a las necesidades humanas eliminando las barreras que separan a los seres humanos. Buscando la justicia y la paz y salvaguardando la integridad de la creación. La belleza de la visión cristiana de la vida radica en su noción de unidad; confiando en que el Cristo resucitado continuará revelándose a sí mismo, como lo hizo al partir el pan en Emaús, desvelando el significado más profundo de la comunidad y la comunión.

El tema de oración de este año gira en torno a la cita del libro de Los Hechos de los Apóstoles:
“Unidos en la enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la fracción del pan y la oración” (Hch 2,42)

El día primero sitúa los orígenes de la Iglesia madre de Jerusalén y se muestra claramente la continuidad con la Iglesia extendida hoy a través del mundo.

El día segundo recuerda que la primera comunidad reunida en Pentecostés se componía de orígenes muy distintos, y que, de la misma manera, se encuentran hoy en la Iglesia de Jerusalén una gran diversidad de tradiciones cristianas.

El día tercero presta atención al aspecto más fundamental de la unidad: la Palabra de Dios comunicada a partir de la enseñanza de los apóstoles.

El día cuarto insiste sobre la participación como segunda expresión de la unidad. Sobre el método de los primeros cristianos que ponían todo en común, la Iglesia de Jerusalén pide a todos sus hermanos y hermanas de la Iglesia compartir sus bienes y sus preocupaciones en la alegría y la generosidad de corazón, para que nadie permanezca en la necesidad.

El día quinto se refiere al tercer aspecto de la unidad: la fracción de pan, que nos reúne en la esperanza. Nuestra unidad se extiende más allá de la santa comunión; debe implicar una actitud correcta en cuanto a la vida moral, a la persona humana y al conjunto de la comunidad.

El día sexto presenta la cuarta característica de la unidad; como la Iglesia de Jerusalén, sacamos nuestra fuerza del tiempo que pasamos orando.

El día séptimo nos lleva más allá de estos cuatro elementos de unidad: la Iglesia de Jerusalén proclama alegremente la resurrección, incluso mientras aguanta el sufrimiento de la cruz. La resurrección de Jesús es para los cristianos de la Jerusalén actual una esperanza y una fuerza que les hace capaces de seguir siendo constantes en su testimonio, y de trabajar por la libertad y la paz en la Ciudad de la paz.

El día octavo concluye el planteamiento sobre una llamada hecha por las Iglesias de Jerusalén en favor de un servicio más extenso: el de la reconciliación. Aunque los cristianos llegasen a la unidad entre ellos, no habrán acabado su trabajo, ya que ellos mismos deben reconciliarse con otros.

Somos hermanos que debemos intentar caminar unidos. Hijos del mismo Padre Dios, que, animados por el Espíritu, sólo nos queda pensar en las palabras de Jesús:
“Padre, que todos sean uno, como tú estás conmigo y yo contigo” (Jn 17,21).

Textos para el octavario

ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

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"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)