5/10/10

Campanas


“El templo había estado sobre la isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.

Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de kilómetros, decidido a escuchar aquellas campanas.

Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda su atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano: el ruido del mar parecía inundar el Universo.

Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento. Tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con fervor de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban la fundada leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado.

Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso.

Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente del mismo. Tan profundo era el silencio que producía su corazón...

¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría”.

A veces buscamos a Dios incesantemente y nos parece no encontrarle, sin embargo él se hace el encontradizo y sale a nuestro encuentro... Sorprendentemente, un día nos dejamos encontrar por Él, le dejamos actuar y le escuchamos; se nos manifiesta justo en esa realidad que antes queríamos dejar al margen.

ENCUENTRO SUPERIORAS AMÉRICA 2011

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"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)