El poder positivo del efecto mariposa
implica que cada uno es responsable del bienestar de todos, que la
bondad individual repercute en los demás. Somos partes de un todo y en
nosotros la incertidumbre y la duda también están presentes. El “poder”,
por el hecho de vivir en “sistemas abiertos”, radica en que estemos
atentos a lo que sucede, que descubramos el momento feliz de intervenir,
la pequeña causa que provocará un efecto mayor.
Con
frecuencia, al pretender cambiar, o incluso mejorar, generamos ansiedad
y forzamos el equilibrio creador, pudiendo provocar a veces un desastre
mayor. No nos enfrentemos a la presión del poder con otro poder, no nos
confrontemos con la confrontación, sino con un espíritu capaz de
comprometer nuestra creatividad en cada momento. Así ejerceremos la sutil influencia,
aunque quizá no veamos siempre sus resultados, ni sepamos cómo hemos
contribuido al cuidado y la mejora del conjunto del planeta.
Lo
que parece imposible se hace posible por medio de pequeños gestos:
reconocer un fallo, sonreír ante una ofensa, devolver bien por mal, etc.
Son gestos evangélicos que nos animan a una resistencia activa frente
al mal, pero no oponiéndonos, sino intentando desarmar al adversario y
lograr la reconciliación.
Lo más importante
ahora y siempre es ser auténticos, verdaderos en sí mismos y ejercitar
los valores de la comprensión, el respeto y la compasión. Cultivar un
corazón solidario para aprender a perdonar, acoger y aceptar al otro en
su alteridad, para mantener habitable el mundo, un hogar para todos sin
excepción. (Xavier Quinzá, SJ)