
Vale la pena ver este reportaje de los religiosos de los Sagrados Corazones en el Congo: Pincha aquí
Desde aquí queremos hacer eco del deseo expresado por Alberta Giménez: "Que Dios haga sepamos aprovechar tantos beneficios y tantos medios como pone en nuestras manos para atraernos a sí" [C. 236]. En este espacio, las Hermanas de la Pureza de María queremos hacernos conscientes de esos beneficios que recibimos diariamente de Dios, queremos acogerlos, agradecerlos, aprovecharnos de ellos, dejarnos atraer cada vez más intensamente por Él y poderlos compartir con todos vosotros.
Tercera parte:
«No es bueno que el hombre esté solo» (Gn. 2.18)
El eco bíblico del antiguo mito de la creación sigue siendo actual. La mujer y el hombre no estamos hechos para la soledad, pero la soledad nos permite hacernos personas para los demás y con los demás. La distinción entre individuo y persona ilumina nuestra actitud en la soledad: el individuo es singular, la persona es plural. El individuo puede vivir la soledad como una cárcel inevitable y, tal vez, merecida. La persona posee la llave de esa cárcel.
Nuestro ser único, individual, tiene vocación de persona, de ser una encrucijada de encuentros que, incluso en el caso de los más profundos, no pueden evitarnos el sabor de la soledad. Para ser-con-el-otro tenemos que concienciar nuestro propio ser, y esto se realiza desde una soledad habitada y comunicada.
La soledad nos traza el límite de contacto, nuestra frontera personal:
más allá, nos alienamos, no somos nosotros; más acá nos aislamos. Tantear hasta encontrar el límite de contacto supone errores y logros en el manejo de nuestra soledad. Nos pasamos o nos quedamos cortos. Me fusiono con el otro y me pierdo en él, o bien me separo demasiado, con riesgo de perderme en mí mismo, en mi «pequeño yo». Si no establezco las fronteras del yo, permeable, flexible, transitable, no sabré:
Saber decir yo soy yo y tú eres tú supone haberse quedado a solas para expresarlo desde mi verdad en el dinamismo del encuentro. No se trata de reforzar el individualismo, sino de ser personas auténticas en el encuentro.
Separación y deseo
Somos seres separados y, por lo tanto, perpetuamente deseantes. La soledad inauguró su proceso con nuestro nacimiento. La tarea humana de crecer por dentro y por fuera no se puede realizar sólo con soledad, pero tampoco se puede sin ella.
Este crecimiento hacia el mí mismo y hacia los otros se puede ver interrumpido por el narcisismo y favorecido por el auténtico amor. El narcisista es un solitario rodeado de espejos en los que, complacientemente, se ve sólo a sí mismo. Diríamos que está condenado a la soledad por un apego que Freud calificaría de «erótico a su propia imagen ». No voy a explicar este dinamismo, que puede llegar a ser un trastorno de la personalidad. Es verdad que la soledad tiene algo de espejo, y no está mal mirarse en él para aprender algo de uno mismo. Pero la soledad madura convierte el espejo en ventana por donde puedes contemplar tu paisaje interior y el mundo que te rodea. En determinadas condiciones ópticas, la ventana te devuelve tu imagen, pero no te impide ver otros rostros, otros caminos. En esta misma línea, pienso en las personas que pretenden llenar su soledad con cosas (el yo-ello de Buber, en lugar del yo-tú), cosificando incluso a las personas, y no pasan del «tener» al «ser» (E. Fromm). Siguiendo la imagen del espejo, recuerdo un viejo proverbio árabe: una ventana es un cristal que te permite ver al otro. Basta con darle al cristal un leve baño de plata para convertirlo en un espejo en el que sólo te ves a ti mismo. Frecuentemente, nuestras riquezas acumuladas nos aíslan y no nos permiten ver el rostro sufriente del otro, de los otros.
¿Cómo habitar tu soledad?
A los solitarios «forzosos» les aconsejaría hacer todo lo contrario de lo que aquí voy a ir enumerando:
Skinner, el conocido psicólogo, escribió en Harvard un libro para aprender a envejecer, en el que la soledad aparece paliada con útiles consejos conductuales, pero sin demasiada profundización personal. ¿Cómo habitar la soledad más allá de comprarse un animal de compañía (que puede estar bien)?
1. Reconociéndola como oportunidad para vivir desde niveles de tu persona que tareas urgentes, presencias intensas o roles sociales no te lo han permitido fácilmente. Es la paz y serenidad de espíritu de los que «tal vez» la han acogido, no sin trabajo personal, como soledad amiga o «hermana soledad».
2. Asumirla sin miedos ni aislamiento. Con recursos y contactos.
3. Escucharla y escucharte. ¡Pero si en la soledad no hay más que silencio…!
Frecuentemente, en nuestra vida tenemos demasiados ruidos dentro y fuera; el silencio cultivado y acogido puede ser una gran palabra, un elocuente mensaje liberador que nos permitirá experimentar la soledad como fecunda y bendita.
Jose Antonio García-Monge, SJ.
1. “Dame de beber”
Comienza a pensar en el otro, comienza la cuaresma con un pequeño gesto de amor.
2. “¿Cómo tú me pides de beber a mí…?”
Un pequeño gesto de amor hace surgir la pregunta: ¿por qué lo tengo que hacer?
La fraternidad llega incluso donde no existe la amistad. No nos deben desconcertar las dificultades o diferencias. No son la última palabra de nuestra vida de consagrados. ¿Encuentras una respuesta que te motive a entregarte generosamente?
3. “Si tú conocieras el don de Dios”
La consagración es la obra de Dios, no nuestra obra. Los momentos de oscuridad, crisis o cansancio no cambian nuestro estado de personas consagradas; no cambian lo que somos ante Dios. ¿Hacia dónde se inclina el barómetro de tu confianza? ¿Hacia Dios o hacia tus propias fuerzas?
4. “Señor, el pozo es profundo y tú no tienes con qué sacar el agua”
La humanidad de Jesús nos crea problemas. Confiarse a él. Entrar en un camino desconocido. ¿Qué seguridades te impiden todavía seguir sus pasos?
5. “Nunca más tendrás sed”
Jesús invita a hacer un examen de nuestra vida. ¿Cuáles son las alegrías efímeras que no acaban de saciar nuestra sed? ¿Qué nos van haciendo solidamente felices? ¿Cuál es la alegría que perdura?
Segunda parte:
El desierto
El desierto, la montaña, el mar han sido y son realidades y metáforas de la soledad. No como huida de lo humano, sino como condiciones de posibilidad de humanización de la mujer, del hombre, de la comunidad. Todos llevamos dentro, y a veces fuera, una llamada del desierto. La podemos escuchar, bien con temor –dependerá de nuestra biografía y nuestro talante personal–, con miedo, bien con motivado interés. El desierto nos dice: «ven a buscarte»; «aquí no hay nada que te distraiga de tu tarea esencial». Nuestra madurez creciente, no exenta de miedos, puede responder: aquí estoy, caminando en la soledad hacia un encuentro.
Soledad y relaciones personales
Cuando, en la década de los cincuenta, Abraham Maslow, uno de los grandes psicólogos del siglo XX, realizaba sus investigaciones sobre la persona autorrealizada, sobre la madurez, señalaba como rasgos distintivos:
Relaciones humanas y soledad no son contrarias ni contradictorias. De la misma manera que hay personas que me habitan por dentro, que soy memoria y deseo, así también existe en nosotros una soledad que nos dimensiona y nos enseña que somos más grandes que nosotros mismos. La soledad no es el destino del hombre, es compañera de camino y sabia consejera en la verdad de nuestras relaciones humanas.
Si, como afirmaba Martin Buber, hemos tenido un yo-tú fundante de nuestra vida personal, la soledad, sin distracciones, nos permitirá reencontrarlo, dialogarnos en él y escucharlo en el silencio. Nuestra soledad ahondará en el yo-tú más que arrojarnos en un yo solitariamente vacío y cosificado.
Adiós y hola
La soledad madura es una invitación al encuentro consigo mismo y con los demás. No pensamos aquí en pseudo-encuentros que distraen, alienan, enmascaran o maquillan la soledad. El hombre y la mujer que saben escuchar y escucharse en la experiencia de soledad podrán encontrarse y encontrar a otros. La persona que sabe estar sola es la que tiene más posibilidades de saber experiencialmente estar con los otros. Pero esa soledad madurante no es fácil, porque está hecha de saber decir «adiós» a montones de experiencias que ocupan lugar sin dar vida. Aprender a hacer un hueco, crear un pequeño vacío, es hacer sitio al otro, tener y ser espacio para el otro. Y decir «adiós» a apegos, miedos y anclajes en el pasado es a veces muy difícil e impide decir «hola » a cuanto signifique estrenar realidad, intercambiar, cambiar por dentro siendo fieles a lo mejor y más sano de nosotros mismos y a la verdad del otro. La soledad no nos madura; maduramos en la soledad si la vivimos como una dimensión de nuestra existencia abierta a un horizonte más amplio, visible a los ojos, transcendido por el corazón y el deseo.
Frecuentemente repetimos en la experiencia de soledad patrones infantiles de conducta:
La seguridad básica que hemos necesitado experimentar en nuestra infancia para crecer sanamente nos proporciona una sólida confianza a la hora de manejar la soledad. Si carecemos de esa seguridad básica, la soledad se hará insoportable e inhóspita.
El Fort-Da, juego que Freud interpretó en su pequeño nieto ante los momentos de ausencia de la madre, nos da una remota y arqueológica clave para manejar la soledad. El pequeño, arrojando y escondiendo un objeto, lo reencontraba con alegría y repetía la conducta una y otra vez. El universo del niño es la madre. Ésta desaparece (¡se fue!:
Fort!) y reaparece (¡aquí está!: Da!), poniendo arcaicamente las bases de una soledad esperanzada Toda soledad madurante es una soledad esperanzada, no con falsas ilusiones, sino con búsquedas y, en ocasiones, peticiones de ayuda, motivadas y acarreadas por el deseo, que en la soledad se purifica, se hace más profundo e intenso.
Patrones maduros de conducta en la soledad pasarían por el aprendizaje de:
Durante algunos días colgaremos unas reflexiones de Jose Antonio García-Monge, SJ. sobre el tema de la "soledad madura". Esperamos que os resulten interesantes.
Primera parte
Título difícil el que me han propuesto para esta reflexión que quiero compartir con el lector. Se puede entender de muchas maneras: soledad madura como la soledad que genera madurez; soledad madura como una dimensión de la madurez o un espacio personal psicosocial pro-vocador de una posible respuesta y/o actitud madura… ¿Existen experiencias de soledad que constituyan una atmósfera propicia para un crecimiento personal? Para adentrarnos en la respuesta, primero tenemos que des-asociar «soledad» de «aislamiento, dolor, injusticia, desencuentro, fracaso»… Lo cual no es fácil, porque frecuentemente hemos asociado la palabra a esas realidades negativas para la persona. No voy a recordar esas aristas punzantes de la soledad, porque se contemplan en otros artículos de este mismo número y, por otra parte, son tan frecuentes en nuestras personas, en nuestra cultura, en nuestro modo de vivir o de morir, en toda la realidad de nuestro mundo, que no hay que bucear mucho para encontrarlas. Mi experiencia como psicoterapeuta me hace encontrar a diario soledades inhóspitas, amargadas, muy dolorosas, que la persona tiene que aprender a manejar adecuadamente y tratar de «amueblar» de alguna manera. En segundo lugar, me voy a fijar más en el nivel psicológico que en el nivel espiritual de una soledad interior HABITADA por Dios, experiencia liberadora y pacificante de fe: una soledad espiritual que forma parte del camino de seguimiento de Jesús y de la experiencia histórica del Reino. Mi cometido es más modesto. Tal vez muy naturalmente sencillo para algunas personas y demasiado complicado para la mayoría:
¿Cómo podemos vivir una soledad que, en vez de destruirnos, nos construya?
Nociones
Soledad nos remite a la experiencia de estar solos, física, psíquica, existencial y psicosocialmente: ausencias, silencio, vacío, monólogos, nada, nadie…
Madurez nos habla de procesos de crecimiento en diferentes dimensiones de la persona, de la familia, de los grupos. No se correlaciona necesariamente con adultez, y puede generarse en aspectos intelectuales, emocionales, sexuales, laborales, espirituales, etc. del hombre o de la mujer.
El niño y el adolescente no pueden estar solos: necesitan el referente del grupo para negociar su identidad. El hombre o la mujer inmaduros no saben estar solos.
Soledad: dato e interpretación
La soledad es un dato de la vida. Tarde o temprano, nos encontramos con ella y en ella. Con sorpresa, con dolor o con paz: dependerá, en gran parte, de la interpretación que demos a la soledad y que nos demos en la soledad.
Nos guste o no, nuestra vida pasará por la soledad. ¿Cómo interpretamos esa situación? Simplificando: bien o mal; de un modo sano o de un modo insano; de manera inmadura o madura. La soledad, tal vez no buscada, pero encontrada, no por huir de los otros, sino por ir temporalmente en pos de la propia verdad, podemos interpretarla desde muchas y diferentes claves de lectura:
"Haced, Dios mío, que no desee ni busque nunca más que serviros en la forma que Vos queráis." (M. Alberta)