
Comienza el ciclo del amor. Las palas de Dios se hunden en lo profundo, y de los bajos mundos de las almas recogen el barro chorreante y lo cargan en el corazón central. Todo lo que es pesado y arduo se sumerge en el baño purificador de la misericordia; la fatiga y la desesperación se arrastran al corazón, que las acoge. Él vive en servicio. No quiere glorificarse a sí mismo, sino sólo al Padre. No habla de su amor. Realiza su servicio tan imperceptiblemente, que casi llega uno a olvidarse de él, como olvidamos nuestro corazón en el ajetreo de los negocios. Pensamos que la vida vive de sí misma. Nadie se pone a escuchar, ni siquiera durante un segundo, a su corazón, que sin embargo nos está regalando hora tras hora.
[...] Se han acostumbrado al amor. Y ya no oyen la mano que llama, que día y noche llama a la puerta de su alma, ya no oyen esta pregunta, esta petición de permiso para entrar.
(H. U. von Balthasar)